Miguel CHUECA
Zaragoza. Sobre las cuatro de la madrugada, fuerzas militares rompen el silencio de la capital. En la ciudad flotaba un ambiente general de inquietud y zozobra. ¿Qué pasa?, se preguntaban los transeúntes, poniendo en su pregunta un deje de extrañeza… «Es que Cabanellas ha sacado la tropa para defender la República, amenazada por los fascistas»… Radio Aragón repetía con machacona insistencia: «No vamos contra la República; iViva España! ¡Viva la República!…
Huelga General Revolucionaria
La resistencia pasiva que demostrábamos había que convertirla en resistencia activa. Y surgió cual reguero de pólvora una octavilla firmada por la CNT y la UGT en la que se ordenaba la huelga general revolucionaria. Cafés, espectáculos, tráfico, todo quedó paralizado. La tragedia no tardó en producirse. Grupos de jóvenes libertarios y militantes de la CNT acudieron a la calle Boggiero, San Pablo y las Armas para dar cumplida respuesta. Aunque ya era anochecido, la concentración fue descubierta y con ánimo de sofocarla acudieron allí guardias y falangistas. En la lucha cayeron algunos guardias y con sus propias armas se entabló un verdadero combate. Los nuestros continuaron resistiendo mientras quedó un cartucho en su poder. Únicamente cuando la munición se acabó, los cuadros confederales abandonaron la lucha. Luego de ocurrir estos sucesos, todo el mundo pensaba en lo que pudiera haber ocurrido en el resto de España, ya que únicamente nos quedaba a los obreros de Zaragoza la esperanza de poder ser liberados por nuestros hermanos de Cataluña, Levante o Madrid, lugares donde el fascismo había sido derrotado, según noticias que con gran riesgo, escuchábamos por la radio.
Cómo se preparó la traición
Más que en la fuerza bruta, los militares confiaron en la habilidad de un plan tramado arteramente en la sombra y cuya ejecución habíasele encargado al traidor Miguel Cabanellas. Este sujeto venía maquinando el golpe desde el 17 de febrero, día en que se declaró el Estado de guerra con el burdo pretexto de exterminar, según confesión propia, cualquier intentona fascista. En aquella ocasión los trabajadores zaragozanos, alentados por nuestra organización, plantearon un paro magnífico, que tuvo la virtud de hacer retroceder a Cabanellas.
El Estado de guerra fue levantado fulminantemente ante nuestra conminación, pero los soldados quedaron custodiando los conventos y varios lugares estratégicos de la capital. Por otro lado, el gobernador civil se dejaba querer por los banqueros. La fuerza pública y, más propiamente dicho, el comisario de policía, estaba entregado de lleno a Baselga y compañía, conocidos jesuitas y directores de la banca zaragozana. Esa circunstancia, ese criminal compadrazgo, hizo posible que en la madrugada del 19 de julio, se lanzaran los policías y guardias a cachear, desarmar y detener a todo el que transitaba por la calle, excepto a los señoritos de Falange.
Cuando los trabajadores, obedeciendo a una indicación de nuestros comités, nos retiramos a las barriadas obreras, en espera de recibir las armas prometidas, ningún militar había hecho todavía irrupción en las calles. No tardó en saberse que las armas que el gobernador no quiso entregar habían caído en poder del fascismo. Y fue entonces cuando el enemigo observó nuestra impotencia, cuando los militares se decidieron a tomar por asalto la capital. De una manera parecida sucumbieron Huesca y Teruel.
Nosotros fuimos…
Hemos de reconocer que fuimos muy ingenuos. Perdimos demasiado tiempo celebrando entrevistas con el gobernador civil. No se nos ocurrió pensar que Vera Coronel, antes que gobernante republicano era fabricante de zapatos y que entre armarnos a los hombres de la CNT y dejar paso al fascismo, lógicamente había de optar por lo último.
¿Pudimos haber hecho más de lo que hicimos? Es posible. Fiamos excesivamente en las promesas del gobernador. No quisimos prever que frente a una acción violenta como la que podía desencadenar el fascismo, hacía falta algo más contundente que 30.000 obreros organizados en los sindicatos cenetistas.
Publicado en Polémica, n.º 22-25, julio 1986
Quince horas dramáticas en Zaragoza
El aspecto de la ciudad, a las dos de la tarde del sábado (18 de julio), era el de un día de huelga general, que en otras ocasiones ha conocido Zaragoza. Los retenes de guardias de Asalto en los centros oficiales, especialmente en el Gobierno Civil y en la Diputación Provincial, eran más numerosos, y camiones de esta fuerza recorrían incesantemente las calles de la ciudad.
Los informadores pudieron enterarse en el Gobierno de que el general Núñez de Prado había sido nombrado inspector de la 5ª División y que el objeto de su viaje era destituir al general Cabanellas, cumpliendo órdenes del ministro de la Guerra.
Esta medida tendía a evitar que las fuerzas de la guarnición secundaran el movimiento iniciado por las tropas de Marruecos, mandadas por el general Franco. Según pudimos saber, el general Cabanellas y los jefes de los regimientos se negaron a escuchar los requerimientos del general Núñez de Prado, al que prohibieron que abandonara el edificio. El general quedó instalado en una dependencia en calidad de detenido. En aquellos momentos se registraron en Capitanía escenas de intensa emoción.
Los regimientos, sublevados
A partir de las primeras horas de la noche, comenzaron a llegar al Gobierno Civil los dirigentes de los partidos políticos y organizaciones obreras del Frente Popular, y durante varias horas no cesó el desfile de nutridas comisiones y representaciones.
Por las calles patrullaban las juventudes republicanas y socialistas, que también prestaban servicio de vigilancia en las inmediaciones de los cuarteles y en otros lugares. Estas maniobras provocaron gran inquietud entre los zaragozanos, por suponer que tenían relación con el movimiento militar iniciado por las fuerzas de Marruecos.
A las ocho de la noche se supo oficialmente que la guarnición de Sevilla, al mando del general Queipo de Llano, había secundado el movimiento, logrando apoderarse de aquella ciudad y dominar fácilmente la situación. Esta noticia vino a aumentar la inquietud y alarma que dominaba a los dirigentes de los partidos y organizaciones obreras del Frente Popular.
A las nueve de la noche se conocía ya que los regimientos de esta guarnición estaban dispuestos a secundar el movimiento de una manera decidida y terminante y se aseguraba que aunque no habían abandonado los cuarteles, de hecho estaban ya sublevados.
A las doce de la noche tuvimos noticias de que a los cuarteles acudían numerosos jóvenes de las organizaciones derechistas acordes con el carácter que se daba al movimiento.
Según nuestras referencias, en varios cuarteles había concentrados más de ochocientos jóvenes, a los cuales les fueron facilitadas armas. Muchos fueron también uniformados. Esto hizo suponer que las fuerzas tenían el propósito de ocupar la ciudad en las primeras horas de la madrugada.
Dos horas antes, el Gobierno civil presentaba un aspecto de animación extraordinario. Todas las dependencias estaban ocupadas por afiliados a los partidos y organizaciones proletarias del Frente Popular. La impresión que dominaba a todos era que en las primeras horas de la madrugada del domingo saldrían a la calle las fuerzas del Ejército para ocupar la ciudad y que inmediatamente sería declarado el Estado de Guerra. Se aseguraba que las milicias republicanas y socialistas intentarían dominar el movimiento. Con este fin se dijo que iban a ser repartidas armas y municiones.
A las doce y media de la noche se presentó en el Gobierno Civil el comité de la Confederación Nacional del Trabajo y se entrevistó inmediatamente con el señor Vera. Parece ser que estos dirigentes dieron cuenta al gobernador de que estaban dispuestos a prestar su colaboración y solicitaron armas y municiones.
En los centros republicanos de izquierdas, en la Unión General de Trabajadores y en los Sindicatos estuvieron concentradas las juventudes durante toda la noche del sábado, esperando instrucciones. Los dirigentes de los partidos políticos y de las organizaciones obreras del Frente Popular abandonaron el Gobierno civil a las dos de la madrugada y el gobernador quedó sólo en su despacho. En este momento se presentaron en el Gobierno el comandante de la Guardia Civil, señor Lasierra, y dos capitanes, los cuales se entrevistaron con el señor Vera, al que dieron cuenta de que el general Cabanellas iba a declarar el Estado de Guerra y que ellos tenían la orden de incautarse de este centro y de proceder a su detención.
El comandante Lasierra, los dos capitanes, el señor Vera Coronel y su secretario particular, señor Alarcón, se trasladaron seguidamente a Capitanía General. El gobernador y su secretario quedaron en una de las salas en calidad de detenidos. El comandante Lasierra regresó al Gobierno y tomó posesión de este centro, disponiendo que todos los funcionarios acudieran inmediatamente.
A los pocos momentos se presentaron el comandante de las fuerzas de Seguridad y Asalto, señor Marzo, y el comisario jefe de Vigilancia, don Eduardo Roldán, los cuales se pusieron a la disposición del nuevo gobernador.
El comandante Lasierra ordenó que salieran inmediatamente las fuerzas de Asalto y realizaran intensos cacheos, deteniendo a todas aquellas personas que les fueran ocupadas armas y municiones. En este momento circulaban por el Paseo y la calle del Coso nutridos grupos, que después de ser cacheados, fueron disueltos por los guardias. No fue ocupada ni una sola arma.
La Ley Marcial, en vigor
A las tres y media de la madrugada del domingo visitaron los periodistas al comandante Lasierra, quien les dijo que, cumpliendo órdenes del general de la División, se había incautado del Gobierno Civil. El comandante Lasierra se negó a hacer otras manifestaciones, diciendo que el que había de hacerlas era el general de la División. Desde el Gobierno Civil se trasladaron los periodistas a Capitanía General, donde fueron recibidos por don Miguel Cabanellas.
-Como ustedes ven -nos dijo- hemos secundado el movimiento patriótico iniciado por las tropas de Marruecos. Se trata de un movimiento netamente republicano para salvar a España de la anarquía y el deshonor. Un hombre que tiene una historia de demócrata y republicano como yo, no podía sumarse a un Movimiento que tuviera otras características.
El general Cabanellas terminó diciendo a los informadores que a las cinco de la mañana saldría una compañía del regimiento de Infantería número 22, para proclamar la Ley Marcial. Como decimos, a las cinco de la mañana salió de la División una compañía del Regimiento de Infantería número 22, con banda de tambores y cornetas, al mando de un capitán. La compañía desfiló por la calle del Conde de Aranda, el Coso y en la plaza de la Constitución fue leído con gran solemnidad el bando que proclamaba la Ley Marcial. Los guardias de Asalto que prestaban servicio en la Diputación Provincial permanecieron formados durante la lectura del bando del general Cabanellas.
(Extracto de la crónica publicada el 23 de julio de 1936, primer día en que se distribuyó HERALDO tras la sublevación)
Más información en la edición impresa de HERALDO DE ARAGÓN
Zaragoza, 18 de Julio de 1936
El éxito de las operaciones llevadas a cabo por la guarnición de Zaragoza, el 19 de julio, para asumir el control de la ciudad, tendrá importantes repercusiones en todo Aragón, y supondrá, además de un cambio sustancial de las estructuras de poder, la ruptura de comunicaciones entre las dos principales zonas industriales de España, Cataluña y País Vasco -ambas en manos del gobierno de la República, así como la dificultad de contacto con Madrid.
En las primeras horas de la madrugada se dispuso la ocupación de Zaragoza por fuerzas del Ejército, estableciéndose destacamentos y guardias en los centros de comunicaciones, centrales eléctricas, etc., declarándose el estado de guerra a las cinco horas, por medio de un comunicado en el cual se aludía a la ausencia de poder público. Dicho comunicado significaba la puesta en vigor de una serie de normas extraordinarias que permitían el control de la situación: se declaraban ilegales todos los partidos republicanos y organizaciones obreras (C.N.T.-U.G.T.), considerándose delictivos todos sus actos; se acordaba la represión de la huelga general , acordada la noche anterior en los locales del sindicato de construcción de C.N.T., apoyada por un comunicado conjunto de C.N.T. y U.G.T. y que iba a afectar principalmente a las empresas de tranvías y autobuses.
Varios factores influyeron en la rapidez de las operaciones: las sucesivas declaraciones del general Cabanellas (jefe de la V División Orgánica y V Cuerpo del Ejército, y principal portavoz del movimiento) de lealtad, por parte de la guarnición, al gobierno de la República; la detención del general Núñez de Prado, enviado por Casares Quiroga para hacer fracasar la operación; el respaldo del gobernador civil, Vega Coronel, al jefe de la V División, a pesar de las conversaciones mantenidas con representantes de las centrales sindicales denunciándole los hechos; la conjunción en el movimiento de la Guardia Civil, Guardia de Asalto, Ejercito y Falange con carlistas y requetés navarros; y, finalmente, la inercia de la población, cuyas causas son más complejas de analizar.
La declaración del estado de guerra se extiende asimismo a Huesca, Teruel, Jaca y Calatayud. En todas ellas triunfó el alzamiento militar. Solamente en Teruel, donde se detiene el día 20 a las autoridades y figuras más representativas del Frente Popular , y en Jaca, donde surge la oposición del alcalde Muro, se da cierta resistencia.
Controlada Zaragoza, se imponía la organización del mando en las comarcas principales. El mismo día 19 de julio sale desde la capital un convoy de armas y municiones para Tudela, y una sección de Asalto a recorrer la comarca de Cinco Villas. De Calatayud sale una pequeña fuerza para desarmar y organizar el mando de los pueblos de la zona hasta Daroca. A estos datos hay que añadir el apoyo aéreo con que contó Zaragoza tras su inmediata toma, como lo muestra la salida, el 20 de julio, de una escuadrilla de cinco aparatos desde el aeródromo de Logroño, donde operaba la tercera escuadra de la aviación militar, con dirección a la capital aragonesa.
Todo lo aportado en este análisis viene a coincidir en dos aspectos: el triunfo rápido en las capitales donde operaban las guarniciones que secundaron el alzamiento, y la inactividad de la población, concretada, salvo en Zaragoza durante las primeras horas, en una falta de respuesta popular.