
La Ciudad libre de Christiania (Danés: Fristaden Christiania) es un barrio parcialmente autogobernado de unos 1000 residentes. Cubre un área de 34 hectáreas en el barrio de Christianshavn (puerto de Christian), en la capital de Dinamarca, Copenhague. Christiania se estableció con un estatus semilegal de comunidad de vecinos que se autoproclama independiente del Estado danés.
Christiania está organizada en torno a Pusher Street (La calle del Vendedor de Estupefacientes), calle, a tramos de asfalto, a tramos de adoquines, y a tramos sencillamente de tierra, en la que se encuentran algunos bares, tiendas, souvenires y centros culturales. Al salir de Pusher Street nos encontramos en un camino alrededor de un canal. Este caminito de tierra discurre entre las casas de los «christianitas», muchas de ellas personalizadas. Hay guarderías, puentes, y esculturas en el agua.1
Christiania es famosa porque en ella se permite el consumo y venta de drogas blandas. Por ello recibe el apelativo de «distrito verde» (green district). No obstante, desde 2004 el gobierno ha radicalizado su postura y se producen más redadas en la zona. Esto no impide que diariamente turistas y gente local transiten la zona para comprar marihuana o hachís, y que en los bares, terrazas y bancos se congregue la gente a fumar.1
En Copenhague se puede contratar una de las visitas guiadas que incluyen el barrio de Christiania, que se ha convertido en interés turístico por el precio de las bebidas y alimentos (casi un 50% más baratos que en otras partes de la ciudad debido a que no hay impuestos), de sus tiendas de ropa, artesanía y recuerdos.1
Al salir por la entrada principal de la ciudad de Christiania se puede leer «You’re now entering the EU» (Está usted entrando en la Unión Europea), ya que los habitantes de Christiania no se consideran pertenecientes a la Unión Europea.
Historia.

Desde 2004 se dieron una serie de conflictos con el gobierno danés respecto a la propiedad de los terrenos y al mercado de drogas. En 2012 los habitantes de Christiania han reconsiderado su posición de ocupantes ilegales y han comprado gran parte de los terrenos del barrio con el propósito de mantenerlo comunal.5 4 La propiedad de estos terrenos no pertenece a personas individuales, sino al colectivo de Christiania, y no pueden venderse de manera individual. En caso de venta de casas o terrenos, las cláusulas estipulan obligaciones específicas entre el colectivo y el gobierno danés.5 Las personas que habitan las zonas que se han comprado pagan un alquiler comunitario que se estipula en función de las dimensiones de la casa. También pagan las facturas del agua y de la electricidad.
Referencias.
- a b c La ciudad libre de Christiania por dentro
- Christiania, ejemplares del periódico ‘Hovedbladet’, sitio de Jacob Ludvigsen (en danés)
- «Christiania: El barrio libre de Copenhague».
- :a b Comuna de Christiania celebra 40 años con venta de acciones populares. La Información
- ↑ :a b Free-Spirited Enclave’s Reluctant Landowners Fear Capitalism’s Harness. NYT, 12 de enero de 2012
Enlaces externos.
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- Página oficial de Christiania
Ciudad Libre de Christiania

Ocupando un área de apenas 34 hectáreas en el barrio de ‘Christianshavn’ (puerto de Christiania), en Copenhague, Dinamarca, se hace realidad el modo de vivir de tipo libertario del pueblo de Christiania, que cuenta con autogobierno asambleario propio, venta y consumo libre de drogas blandas, sin policías y con máxima libertad (mientras los actos no perjudiquen a los demás) para las personas.
Su población ronda entre las 850 y 1000 personas, dependiendo la etapa del año, ya que recibe muchos turistas e inmigrantes de forma permanente. Además de la calle Pusher Street o “La calle del Vendedor de Estupefacientes” donde se vende hash y marihuana de manera legal en distintos puestos, Christiania se presenta como un mundo de creatividad donde abundan las bicicletas, los proyectos de consumo sustentable y el interés por la ecología, cooperativas de trabajo y recreación, locales de conciertos destinados a jóvenes y adultos, y una arquitectura natural y experimentalmente atractiva.
La propiedad de la tierra no pertenece a personas individuales, sino al colectivo de Christiania, por lo que está prohibida su venta de manera individual. Las viviendas son construidas por las personas que luego las habitaran. Por su parte, el precio de los alquileres comunitarios se estipula en función de las dimensiones de la casa, mientras sus ocupantes (en algunas épocas del año, muchos son turistas) se encargan de pagar las facturas del agua y de la electricidad.
NACIMIENTO

La excéntrica historia de Christiania, iniciada alrededor de septiembre de 1971, tiene su origen en el derribo de una valla ubicada en la esquina de Prinsessegade con Refshalevej, cerca del Grey Hall en Badsmandsstraedes Kaserne, la cual protegía un cuartel militar que había sido abandonado por el ejército danés a principios de aquel año. La toma del lugar fue concretada por un conjunto de ciudadanos, en su mayoría padres y madres de Copenhague, que buscaban un espacio verde donde sus hijos e hijas y toda persona que transitara por allí, pudieran recrearse al aire libre.
Tras su apropiación, se celebró una exposición en Charlottenborg llamado «Noget for Noget» (“Dar y Recibir”, en castellano), donde jóvenes libertarios, hippies, freaks y demás gente interesada en la gastronomía macrobiótica realizaron exhibiciones, vendiendo sus bienes y exponiendo su arte (teatro, cuadros, música y ‘happenings’). En aquel evento se publicó el periódico alternativo “Hovedbladet” (“Diario Cabeza”, en castellano), perteneciente al movimiento político-cultural Provo, en el que se hallaba un artículo que aconsejaba muchas ideas para aprovechar al sitio ocupado ilegalmente, como la construcción de viviendas para jóvenes, lo que generó un extenso debate dentro de la ‘Nueva Sociedad del Barrio Libre’ naciente. Esta renovada sociedad se formó rápidamente por la masiva inmigración de personas de los distintos sectores socioeconómicos del país y del resto de Europa, que llegaron con los anhelos de crear un nuevo estilo de vida, comunal y libre, distinto al viejo sistema de Occidente.
HISTORIA DE LUCHA
Al principio, el gobierno danés toleró al movimiento okupa pero ha intentado expulsarlo en varias ocasiones. Una de las claves del control de la zona por los habitantes fue la gran densidad poblacional alcanzada en poco tiempo producto de la inmigración; y fue por ello que Christiania pasó a ser una cuestión política, considerada por el Estado, y que finalmente llegó al Parlamento. El Barrio Libre aceptó pagar los consumos de agua potable y electricidad a cambio de una legítima aceptación política por tratarse de un «experimento social»; pero pese a un inicial acuerdo, en el año 1973, las elecciones cambiaron el gobierno del régimen danés y éste, la actitud a emprender hacia Christiania. El plan gubernamental entonces pasó a ser una estricta limpieza de la zona con fecha de culminación para abril de 1976, que incluía represión a los ciudadanos y la clausura del territorio tomado casi cinco años antes.
No obstante, la organización con la que respondió el Barrio Libertario pospuso el cierre de sus sueños por décadas, hasta el día de hoy al menos. Se establecieron diez zonas menores con autogobierno cada una, siendo la autoridad máxima La Asamblea General, que reunía a las diez anteriores mencionadas y en la cual podían participar todos los habitantes de la región. Paralelamente a la organización social y política, se construyeron una casa de baños comunales, una guardería y un jardín de infancia para los niños, un sistema de recolección de basuras y reciclado, un buen número de tiendas comunales y pequeñas fábricas que producían más que lo suficiente para el consumo interno del pueblo.
En 1978 Christiania pierde un juicio contra el Estado de Dinamarca, por el cargo de “abuso contra la buena fe” iniciado tras la intimidación a los ciudadanos para que abandonasen el territorio por miedo a la represión policial. Tras esta definición, comenzaron nuevamente las movilizaciones. Desde entonces, se multiplicaron las protestas que demandaban la conservación de las propias leyes y condiciones ‘por el bien de todos’, y como consecuencia, se reforzaron las respuestas del gobierno central.
En 1982, luego de que la policía organizara una caza de brujas contra los consumidores de hachís y sus vendedores; desde Suecia se lanzó una violenta campaña de difamación, y por el que Christiania fue acusada de ser el «Centro de la droga del Norte de Europa” y la“fuente de todos los males”. En el Barrio Libertario históricamente fue permitido la venta y consumo de hierbas naturales, como la Marihuana, y de una buena variedad de drogas consideradas «blandas».
La situación durante toda la década de 1980 fue álgida. En su finalización, el Parlamento se vio obligado a establecer un plan viable y normalizador para la zona. En 1989 se promulgó la Ley de Christiania, a cargo del Ministerio de Medio Ambiente de Dinamarca, que transfirió parte de la supervisión del área municipal de Copenhague al estado danés, y, al mismo tiempo, aceptó conservar la libertad administrativa y política del asentamiento, garantizado por una futura legalización. Se pretendió desarrollar un plan de “normalización” urbana que buscaba atacar la propiedad colectiva y el arte de los Christianienses. La reacción nunca se detuvo.
Desde los 90 hasta la actualidad, la situación entre el gobierno estatal danés, el ayuntamiento y población de Christiania, y las fuerzas represivas han sido tensas sobre todo con relación al mercado liberado de drogas que se visualiza en este lugar. Lejos de reaccionar con violencia, los habitantes utilizan el entretenimiento, documentales, teatro callejero (por ejemplo, en 1992 un pequeño grupo de gente vistió uniformes con la palabra “Idiota” en la espalda en vez de la palabra “Politi” -“Policía”, en castellano-) y la cooperación con un grupo de trabajo por la justicia, abogados y Amnistía Internacional, para reducir la violencia policial.
Desde 2004 se produjeron nuevamente inconvenientes con el gobierno central de Dinamarca por la propiedad de los terrenos y el mercado de drogas. El resultado se contempló en 2012, cuando habitantes de Christiania han reconsiderado su posición de ocupantes ilegales y tuvieron que comprar grandes secciones del área ocupada para mantenerlo de modo comunal.

El «Den Grønne Plan» («El Plan Verde», en castellano) de Christiania, consta de una alternativa visionaria al plan local implementado por el gobierno para la zona. Aquel intenta llevar a la realidad a una ciudad que mantiene un equilibrio ecológico con la naturaleza al reciclar el agua y sus basuras generadas, que utiliza fuentes de energía renovables, crea nuevas viviendas en las barcas que se hallan en el canal, y construye alojamientos a base de materiales reciclables y barro para los jóvenes.
Aquí el precio de las bebidas y alimentos se reduce a la mitad -50%- con respecto al mercado de las grandes ciudades, y esto se consiguió gracias a la falta de impuestos estatales.
El “Green district” (“Distrito verde”, en castellano), parece contemplar una alternativa ecológica, anticapitalista, real y, por supuesto, libertaria. Ésta última característica la convierte en distinta al caso de la alternativa anticapitalista y comunista de Marinaleda.
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Los 784 vecinos, la mayoría jóvenes, que viven en las 700 viviendas que salpican el gran espacio verde de Christiania necesitaban tranquilidad para pensar y discutir. Una tranquilidad que a diario se ve perturbada por los visitantes que van a curiosear, comprar bicicletas o a por un sándwich o una magdalena de hierba a 50 coronas (menos de 7 euros). Christiania es, después del parque de atracciones Tívoli (el segundo más antiguo del mundo), el lugar más visitado de Dinamarca, con más de un millón de turistas al año.
Tras el parque de atracciones Tívoli, el segundo más viejo del mundo, es el lugar más visitado de Dinamarca
En busca de la paz que buscaban cuando en los setenta okuparon esta antigua base militar en el centro de la capital danesa, tapiaron todas las entradas. “Seguimos siendo una sociedad alternativa, con estructura anarquista, en la que reunidos en asambleas tomamos decisiones por consenso. El futuro nos plantea desafíos y tenemos que afrontarlos. Hay cambios y hay que pararse a pensar y charlar”, explica Alan Lausten, un cincuentón que ejerce de portavoz vecinal. Han charlado, sí, pero también han ido más allá. Se han organizado en diferentes grupos de trabajo que, para primavera, deberán presentar propuestas muy concretas sobre su futuro. “Gestionamos un modelo diferente de autogobierno que funciona, pero no queremos un modelo de autodelincuencia. Tenemos sueños, sí, pero también los pies en la tierra y no queremos una Christiania convertida en un nido de víboras alrededor de la droga ilegal. Queremos que aquí también se aplique la ley”, puntualiza Alan.
La compra y venta libre de marihuana en Christiania es un hecho, y lo ha sido, con más o menos turbulencias, durante las últimas cuatro décadas. Es una actividad consentida por las autoridades danesas, una realidad de la que además se sienten orgullosos no solo los vecinos de la más extensa y longeva comunidad de okupas del mundo, sino también muchos de sus compatriotas. El trapichero no es el negocio inocente de una pandilla de hippies trasnochados. La policía del país pone cifra a los intercambios de maría que se hacen allí: 150 millones de euros al año. Pusher Street es el mercado de marihuana más grande del mundo. Hay unas 40 tiendas, cafés y restaurantes en los que se pueden encontrar con 30 o 40 tipos de cannabis.

Pero la droga funciona también como imán de grupos violentos del estilo de Los Ángeles del Infierno, y esto trae de cabeza a los miembros de la comunidad, a quienes nos les gustan demasiado ni el ruido, ni los pitbulls, ni los músculos que esconden las cazadoras negras que tantas veces perturban su tranquilidad. “En Christiania defendemos un tipo de vida tranquila y creativa. Vivimos muchas personas mayores y familias con niños, y no nos gustan ni los problemas, ni los desalojos, ni las intimidaciones, ni la violencia. Si legalizaran el cannabis se reduciría la criminalidad y ganaríamos todos. Los camellos pagarían impuestos y podrían regular su actividad, ser autónomos y tener derechos y obligaciones como todo el mundo, se evitaría la violencia y nosotros viviríamos más tranquilos”, defiende Britta Lillesoe, una de las pocas pioneras que aún siguen en Christiania.
Un cartel en el exterior señala la casa de Britta como La Embajada. Es un adosado de tres plantas en madera verde y con jardín. Es obligatorio descalzarse en la planta baja, un lugar repleto de libros y cajas, y escoger entre los 20 pares de zapatillas de números diversos amontonadas en un cesto de mimbre. Britta, media melena anaranjada, rímel negro en las pestañas, presume de que todos sus muebles han sido reciclados tras ser salvados de la basura. Enciende una vela y ofrece té. En la mesa, un ramo de tulipanes morados algo mustios y al fondo, en la cocina, más flores, estas frescas y silvestres.

De fondo llega el ruido de un aspirador. Lo conduce Anna, una rusa que lleva 13 años en Dinamarca y que asegura que se enamoró de Christiania desde el primer momento. “Pero yo no vivo aquí, solo vengo a trabajar cada vez que me llaman. Hoy limpio una casa, mañana hago horas en uno de los bares o coloco sillas para alguno de los actos culturales. Lo que se necesite”.Britta le dice algo desde la planta de arriba y le lanza 150 coronas (unos 20 euros) por las escaleras. Ella recoge el dinero y se va. Mientras, Britta explica sus planes inmediatos a alguien al otro lado del iPhone 4: en 15 días, se va de vacaciones al sur de Francia. Y sí. Seguimos estando en Christiania.
Britta, activista y actriz, era una de las jóvenes estilosas de melena rubia y faldas vaporosas que en 1971 atravesó con otro grupo de idealistas la calle de Princessgade con Refshalevej. Venían de okupar y rehabilitar con 150 personas una zona cercana con el nombre de Sofiegarden y que acabó siendo destruida por la policía. Un grupo de madres les pidió ayuda. Querían darles a sus hijos un parque de juegos tan bonito como el que tenían dos calles más arriba las clases pudientes. Sabían que al otro lado de la calle, en la antigua base militar, había espacio, y aunque era una zona peligrosa porque había un laboratorio de sustancias químicas y estaba vigilado, se arriesgaron. “En realidad”, dice Britta, “los soldados entendían nuestra causa, y ni entramos por la fuerza, ni de un día para otro. Nos permitían el paso unas horas, luego salíamos. Solo que un día optamos por quedarnos y no salir más.
Los vecinos deciden cómo aumentar sus ingresos y construir más casas sin que se altere su vida alternativa
Reconstruimos casas, hicimos otras nuevas. Era mucho trabajo, pero lo hacíamos sin prisa, disfrutando la vida. Fumábamos porros sí, se olía por todas partes, pero no hacíamos mal a nadie y queríamos demostrar que otro sistema de vida, en que todos nos ayudábamos y compartíamos lo que teníamos, era posible. Creíamos en una sociedad autosuficiente, autogobernada y asamblearia”.
A punto de cumplir los 70 años, sin probar el cannabis desde hace décadas, y tras las últimas asambleas celebradas en Christiania, Britta sentencia: “Si entonces fuimos un experimento social, hoy podemos llegar a ser una zona experimental”. Una zona en la que se lleven adelante proyectos creativos y rentables, como lo han sido durante años las Christiania’s bikes, bicicletas con un cajón delantero patentadas en 1978 y consideradas por aclamación el mejor modelo para cargar paquetes y niños.

Entre los residentes de Christiania hay músicos, pintores, obreros, profesores de universidad y algún médico. La mayoría paga sus impuestos como cualquier ciudadano, y un 40% recibe algún tipo de ayuda del Estado, en una curiosa contradicción con sus críticas al sistema. Cobran el paro, las pensiones, los niños (como en el resto del país) reciben cada tres meses 300 euros para ropa, y los universitarios un salario de 750 euros al mes. Al mismo tiempo gozan de ciertos privilegios (entre otros, no pagan impuestos de bienes inmuebles ni recogida de basura). Y son conscientes de que no podrán mantener mucho tiempo su alto nivel de bienestar sin introducir cambios estratégicos. Poco a poco quieren ir transformando sus ideas alternativas en proyectos rentables y generadores de empleo.
“Siempre dentro de nuestra filosofía de no trabajar demasiado ni perturbar nuestra calidad de vida”, matiza Alan Lausten.“Pero esto no es un museo que se viene a mirar, sino algo vivo. Tenemos que convertir esta ciudad libre en una parte creativa y experimental de Copenhague. Ha de ser un foco de atracción cultural y de creación alternativa. Uno de nuestros grupos de trabajo explora esa vía”.
Son pocos los que rechazan esas nuevas ideas, pero alguno hay. Ole Lykke llegó a Christiania en 1979 y cree que ahora pagan el doble por su libertad, sobre todo, dice “si tenemos en cuenta la subida de tipos. Casi nos hemos convertido en una estructura capitalista”. Lykke, que se sigue presentando como anarquista, habla de los tipos de interés que desde 2012 pagan al banco por el préstamo que pidieron para comprarle al Estado danés unas 7 hectáreas de las 32 que ocupa todo el asentamiento. El Gobierno les ofreció regularizar su situación en esos terrenos a cambio de 469 euros por metro cuadrado, un precio muy por debajo del mercado. Vendieron varias de sus propiedades y consiguieron recaudar unos 8 millones de coronas (más de un millón de euros). El resto hasta llegar a los 76 millones de coronas (10,2 millones de euros) que sumaba la operación, lo consiguieron, como cualquier otro danés de clase media, pidiendo un crédito bancario a 30 años. Constituyeron para ello una fundación, la Fonden Fristaden Christianian. En sus estatutos figura que la propiedad de la tierra es comunal. Los vecinos instalados en esas 7 hectáreas pagan cada mes un alquiler. Los simpatizantes con la causa también pueden contribuir simbólicamente, comprando acciones a 50 coronas, acciones que no dan derecho a nada ni tienen valor real.
Son conscientes de la golosa ubicación del terreno que ocupan y querrían comprarle al Estado el resto antes de que el Folketing (Parlamento) sucumba, presionado por los grupos políticos más conservadores, a los intereses de constructoras y contratistas. Ven cada día los rentables beneficios que deja el negocio de la marihuana, pero viven también y en primera persona los peligros y la violencia que lo rodea. Por eso, van a seguir proponiendo modelos de legalización del cannabis y reuniéndose cada lunes con miembros del Ayuntamiento de Copenhague y del Gobierno nacional.
Así que, lejos de gestar una revolución, organizar una manifestación o diseñar cualquier otra forma de agitada expresión antisistema, los vecinos de Christiania adaptan su sueño a los nuevos tiempos. Han quitado ya de sus puertas el cartel de Do Not Disturb, pero el espíritu que reina entre los miembros de la comunidad sigue siendo el de no ser molestados para poder pararse a pensar cómo hacer las cosas en el futuro. Un futuro que atañe a los 12 bebés y a las decenas de adolescentes y jóvenes que viven allí y siguen viendo en Christiania, un espacio alternativo donde solo hay tres reglas: no hacer fotos, no consumir drogas duras y no correr (porque crea pánico).
Turismo por el mundo: Christiania, el barrio libre de Copenhague
Christiania es el barrio libre de Copenhague (Dinamarca). Un lugar muy particular en el que sus casi 900 habitantes no se consideran parte ni del país ni de la Unión Europea. Situada en pleno centro de la capital, es una especie de comuna de 34 hectáreas de extensión que surgió en 1971 y que desde entonces permanece en un régimen de alegalidad permitida. Por ejemplo, es el principal mercado de «drogas blandas» de la ciudad. En Christiania hay que respetar una serie de normas (nada de armas, peleas ni drogas duras) y es una mezcla de cultura alternativa pero también de marginalidad. Lo conocemos con María, una madrileña residente en Copenhague desde hace cinco años.
Turismo por el mundo: Christiania, el barrio libre de Copenhague