HISTORIA DEL ANARQUISMO UNIVERSAL

Socialismo utópico

New Harmony, obra del inglés Robert Owen.
New Harmony, obra del inglés Robert Owen.
Bajo los términos socialismo utópico, primer socialismo, protosocialismo o socialismo premarxista (Frühsozialismus, en alemán) se engloban a los pensadores socialistas anteriores al marxismo cuyo inicio se sitúa en la fundación de la Liga de los Comunistas en 1847 y la publicación al año siguiente de su programa, el Manifiesto Comunista.1

Los representantes más destacados del primer socialismo son Robert Owen en Inglaterra, y Henri de Saint-SimonCharles FourierFlora Tristan y Étienne Cabet en Francia. También se pueden incluir las corrientes insurreccionalistas de Graco Babeuf, Filippo Buonarroti y los neobabuvistas y de Auguste Blanqui.

Las diferentes corrientes del socialismo utópico se disolvieron o se fueron integrando al vasto movimiento socialista hegemonizado desde la Asociación Internacional de Trabajadores (1864-1876) por las ideas de Marx y de Bakunin. Pero dejaron una impronta significativa, en particular en el cooperativismo, la socialdemocracia, el movimiento hippie, el ecologismo, las ecoaldeas y el socialcristianismo.

Definición.

Louis Auguste Blanqui, acuñó el término de «socialismo utópico» en 1839 para referirse a los primeros socialistas, por oposición al «socialismo científico» creado por «Friedrich Engels» y por «Marx». De esta forma pretendía destacar que las propuestas de aquéllos eran puras formulaciones «idealistas» irrealizables, utópicas ya que no se basaban en el análisis «científico» de la sociedad capitalista y de sus fundamentos económicos y no tenían en cuenta la realidad de la lucha de clases.2​ Sin embargo, hoy en día se cuestiona que todos los protosocialistas se puedan calificar como verdaderos utopistas porque muchos de ellos partieron del análisis de la sociedad industrial y capitalista, por lo que se propone que el término se restrinja a aquellos que «se propusieron construir comunidades comunistas en el propio ámbito de una sociedad capitalista cuyos fundamentos permanecían inmutables». Pero incluso en este caso, como ocurre con Fourier, Owen o Cabet, se constata que muchas de sus ideas fueron plenamente realistas y que a diferencia de los utopistas antiguos no se quedaron en el plano de la mera especulación filosófica sino que intentaron llevar a la práctica sus ideas convirtiéndolas así en un proyecto político «la verdad de mañana», como definió Víctor Hugo a la utopía capaz de movilizar a determinados sectores de la sociedad.3

Aunque las propuestas de los primeros socialistas no forman un cuerpo homogéneo ya que existen notables diferencias entre ellas, presentan algunas características comunes. Todos ellos critican la nueva sociedad capitalista resultado de la revolución industrial en la que los trabajadores quedan a merced del «frío» cálculo económico de los dueños de los talleres y de las fábricas, y todos entienden la propiedad privada no como un derecho natural sino como un fenómeno puramente histórico. Así el principal problema que abordan es cómo alcanzar la igualdad que vaya más allá de la mera igualdad legal, lo que les lleva a rechazar la exaltación de la libertad abstracta que propugnaba el liberalismo que, como dijo el socialista francés Philippe Buchez, sólo enseña «al hombre a ser egoísta, a convertirse en su propio Dios, su propia fe, su propia gloria, su propia razón y su propia fuerza». De ahí la importancia que conceden a la educación como medio para que arraiguen los valores que hagan posible la sociedad igualitaria y «armónica» que proyectan. Por otro lado, también comparten la idea de un cierto internacionalismo social-proletario que al superar las rivalidades de los nacientes estados-nación dé paso a una era de paz y de libre convivencia entre los pueblos. Un último rasgo, aunque no compartido absolutamente por todos, fue el optimismo, su confianza en el progreso y en la posibilidad del cambio social que pusiera fin a la explotación y a la opresión para conseguir la regeneración moral de la humanidad.4

Antecedentes.

Hasta el siglo XIX, el utopismo estuvo confinado a elucubraciones filosóficas o literarias. Se puede comenzar en la concepción del paraíso perdido, en la Biblia cristiana, hasta la Edad de Oro en la mitología griega y romana. Pero a menudo se señala a La República, de Platón, como el primer planteamiento literario-filosófico de una comunidad ideal. En Asia, algunos aseguran que el primer revolucionario socialista de la historia fue el iraní Mazdak (m. 524), fundador de una corriente específica de mazdeísmo.

Ya hacia el Renacimiento, Tomás Moro escribe su famosa novela «Utopía» (1516), que inventa el término que nombrará a esta corriente del socialismo (U=sin/topos=lugar). Otras utopías literarias son «La ciudad del sol»(1602), de Tommaso Campanella;«Código de la naturaleza» (1755), de Morelly;«Foción» (1763), de Gabriel Bonnot de Mably.

Cuando el momento de auge del socialismo utópico había sido superado, volvió a frecuentarse el género de la utopía literaria. Se pueden citar Looking backward (1884), de Edward Bellamy, conocida en castellano como «El año 2000″; «News from nowhere» o «Noticias de ninguna parte» (1890), de William Morris; «La ciudad anarquista americana» (1914), de Pierre Quiroule; «Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialista» (1908), de Julio Dittrich, entre otros.

Representantes principales.

Saint-Simon y sus seguidores.

En rigor, Saint-Simon no desarrolló una idea de mundo perfecto en el futuro, sino que sometió a la sociedad surgida de la revolución francesa a una crítica radical. En ese marco, entendía que todo lo que hicieran los gobiernos debía tender a mejorar la situación moral y material de los que trabajaban, y terminar con los dos flagelos que seguían azotando al mundo: la pobreza y las guerras. Para ello, debía desplazarse a los sectores improductivos y los productivos debían dirigir los destinos de la nación, ejerciendo cada vez menos gobierno (entendido como despotismo) y más administración

En función de esa propuesta, no se oponía a la propiedad privada, pero propuso suprimir la herencia, de manera que la acumulación que cada uno lograra fuera producto del propio esfuerzo y no hubiera enormes acumulaciones generacionales. Por otra parte, la industria (entendida como toda actividad productiva) debía ser el centro de los esfuerzos de la sociedad, para subvenir a las necesidades de todos. El Estado debía realizar grandes emprendimientos en beneficio del conjunto social: ferrocarriles, diques, puentes, canales de comunicación (fueron los que idearon los canales de Suez y de Panamá), bancos populares, etc.

En definitiva, su utopía consistía en un capitalismo equitativo, sin anarquía económica, con una planificación que permitiera superar la pobreza y evitara las guerras entre naciones. Para Saint-Simon, su propuesta consistía sobre todo en trasladar a la política los preceptos del cristianismo. Insistió en la necesidad de la solidaridad social y en la organización racional de la producción.

Charles Fourier y el falansterio.

Charles Fourier desarrolló durante la década de 1820 su propuesta de crear establecimientos agrario-industriales que convocaran a unas 1.600 personas, alojadas en un edificio especialmente diseñado al efecto, que trabajarían las tierras circundantes y compartirían las ganancias de las ventas. La comunidad garantizaría los servicios generales y todos trabajarían, incluso los niños, pero el trabajo no sería penoso sino atractivo. Los miembros del falansterio elegirían las labores que más les gustaran, ninguna tarea duraría más de dos horas, pero la jornada laboral sería muy extensa. Fourier era un defensor del «trabajo atractivo», idea que desarrolló más tarde Pierre-Joseph Proudhon.

En la concepción de Fourier, el falansterio se crearía con inversiones privadas, a las cuales se les devolvería el dinero prestado sin intereses. A su vez, los miembros del falansterio cobrarían un salario por las tareas realizadas, pero éstas no tendrían todas la misma remuneración. Por otra parte, el talento sería recompensado especialmente. Se armaba de esa forma el triángulo de intereses que planteaba Fourier el capital, el talento y el trabajo.

El hecho de compartir las ganancias del producto, sin que un capitalista o un financista se reservara para sí la mayoría de los ingresos, haría que el conjunto del falansterio ganara mucho más dinero que cualquier empresario, pues el prorrateo de las inversiones y el ahorro producido por la socialización de los servicios individuales (comida, vestimenta, vivienda) acrecentaría enormemente las ganancias: la verdadera industria atractiva daría cuatro veces más ganancias que la «falsa industria»). De esa forma, según Fourier, un solo falansterio podría actuar como ejemplo y los capitalistas, paulatinamente, invertirían más en nuevos falansterios que en emprendimientos particulares. Así, en pocos años, el mundo entero estaría dominado por la asociación económica.

Fourier desarrolló una clasificación de los períodos de la historia. El siglo XIX era la «civilización». Cuando proliferaran los falansterios se llegaría al «garantismo». Pero más allá, cuando los falansterios no compitieran ya con el capital individual, el mundo llegaría a la «armonía», sociedad ideal donde todos serían libres, tanto desde el punto de vista económico y legal como cultural y sexual.

Owen y el «socialismo cooperativo».

Robert Owen comenzó siendo un reformador del trabajo industrial, pues en la misma fábrica donde él era dueño implementó medidas de beneficio para el obrero, como la supresión de las labores penosas y mantenimiento del salario en épocas de reducción de ventas.

Más adelante propuso «granjas cooperativas»(villages of cooperation), que también tenían lugar para los emprendimientos industriales, pero básicamente estaban volcadas a la agricultura. Al principio lo ideó como un plan para resolver la desocupación, pero pronto se convirtió en un método de regeneración social. Las granjas colectivas tendrían la función de generar un nuevo espacio moral y educativo, que para Owen eran los dos factores más importantes por los cuales se corrompían las personas en la sociedad.

Étienne Cabet y los icarianos.

Étienne Cabet recibió la influencia de Robert Owen durante su exilio en Inglaterra. Regresado a Francia, predicó un comunismo pacifista, democrático y proclive a la construcción de colonias de propiedad común. En la insistencia en la educación y la moral se nota la influencia de Owen. Su novela utópica «Viaje por Icaria» (1842) fue muy bien acogida en su tiempo y popularizó fuera de Francia la idea de construcción de colonias igualitarias. En 1848, después de una campaña de reclutamiento de icarianos que abarcó toda Francia y varios países de Europa, partió a América, donde colaboró en diversos emprendimientos sucesivos de colonias agrícolas comunitarias, que fracasaron por diversos motivos.

Las colonias utópicas.

Relación de las colonias utópicas más conocidas.

  • Condé-sur-Vesgre (Rambouillet, Francia), 1832-1835, fourierista.
  • New Lanark (Gran Bretaña, 1813-1828), fábrica modelo creada por Robert Owen.
  • New Harmony (Indiana, Estados Unidos, 1824-1829), comunidad creada por Robert Owen, con 20.000 acres de terreno y 900 integrantes.
  • Unión agrícola de Saint Denis du Sig (Argelia, desde 1846). Creada por el abogado fourierista Jules Duval, tiene 363 miembros hacia 1850.
  • Falansterio de Boussac (Francia, 1843), creado por el socialista ex sansimoniano Pierre Leroux, la escritora George Sand y la feminista Pauline Roland. Cerca de 80 miembros.
  • Familisterio de Guise (Francia, 1849-1968). Creado por el industrial Jean-Baptiste Godin, fourierista. Contaba 2.000 miembros a finales del siglo XIX. Su excepcional longevidad da testimonio de su éxito.
  • Falansterio de Oliveira (Brasil, 1841), fundado por el médico francés Benoît Jules Mure, fourierista.
  • Colonia Cecilia (Brasil, 1890-1894), creada por anarquistas italianos.
  • La Reunión (Texas, Estados Unidos, 1853-1875), creada por el discípulo de Fourier, Victor Considerant. Granja de 5.000 hectáreas, tras su disolución fue absorbida por la ciudad de Dallas.
  • Nauvoo (Illinois, Estados Unidos, 1849-1855), creada por Etienne Cabet, tenía 526 integrantes (de ellos, un centenar de niños) en el momento de la disolución.
  • Topolobampo (Sinaloa, México, 1884-1894), creada por Albert Kimsey Owen, tenía 500 integrantes, el proyecto de socialista de Owen no trascendió según sus planes aunque sobre la base de las ideas mexicanas el puerto existe y tiene variada y moderna actividad.

El final de las colonias utópicas.

El principal obstáculo para la creación y consolidación de las comunidades utópicas consistía en buscar una convivencia perfecta en medio de un mundo basado en valores completamente diferentes. Es decir que esas comunidades no pudieron evitar los desfases entre el interior (valores morales) y el exterior (valores mercantiles). En el interior mismo, la educación de los colonos respondía habitualmente a los valores cuestionados. Los problemas, enumerados por Pierre-Luc Abramson, fueron diversos:

  • Disidencias filosóficas entre los impulsores, lo cual podía llevar a rupturas previas a la fundación. Las colonias generalmente necesitaban una fuerte inversión inicial, y los capitalistas solían tener prioridades diferentes a las de los ideólogos.
  • Conformación de camarillas con intereses o ideas diversos en el interior de la colectividad.
  • Personalismo de los líderes o comportamientos de estos que no lograban cohesionar al grupo.
  • Hostilidad del medio natural, dificultad de adaptarse a una vida lejos de la civilización urbana, lejanía de los medios de comunicación, lluvias, sequías, etc.
  • Problemas económicos: baja rentabilidad de las actividades, necesidad de contratación de mano de obra (con la consiguiente diferenciación salarial), exigencias impositivas del Estado receptor, necesidad de dinero en efectivo. Algunas colonias crearon un «dinero interno» que pronto se adaptó a la circulación del dinero oficial (convirtiéndose en dinero bastardo), sufriendo sus mismos avatares.

Herencias.

El grupo fourierista, tras la muerte del maestro en 1837, siguió empeñado en la creación de falansterios durante todo el siglo XIX. Algunos se crearon, sobre todo en América, pero todos fracasaron a los pocos años. El nuevo líder del fourierismo, Victor Considerant, llevó al grupo francés a una participación política más decidida y llegó a ser elegido diputado.

La herencia de Fourier fue retomada, en parte, por Pierre-Joseph Proudhon, quien tomó de su antecesor la idea de trabajo atractivo y una concepción individualista y artesanal del trabajo social.

El owenismo en Inglaterra pronto ganó adeptos entre los primeros sindicatos de los años 30 y fue uno de los grupos que participó de la dirección del cartismo, sector que agrupó al movimiento obrero inglés desde 1836.

Los icarianos de Cabet fueron uno de los grupos más activos en Europa en favor de la creación de colonias perfectas. Lograron construir diversas colonias en América, pero casi todas fracasaron económicamente y su llama se extinguió a fines de siglo.

El sansimonismo, tras la muerte del maestro en 1825, se convirtió primero en escuela, luego en religión y, tras la revolución de 1830, en una especie de mezcla de partido político y secta religiosa. En esos años tuvo un enorme éxito entre los obreros de Francia, pero la escisión de 1832 y la posterior persecución estatal del grupo hicieron desaparecer todo vestigio de organización.

El sector más «industrialista» del sansimonismo se integró a la burguesía francesa, tras las propuestas de grandes industrias estatales. Los hermanos Pereire fundaron el banco más grande de Francia, otros fueron funcionarios del ferrocarril francés, propusieron la construcción de los canales de Suez y de Panamá, colaboraron con la colonización de Argelia, etc. El sector más «obrerista»(los «productores» de Saint-Simon) se integró de diferentes maneras a la lucha política de su tiempo: Louis Blanc teorizó sobre la «organización del trabajo» y la creación de talleres nacionales y estuvo en el gobierno surgido de la revolución de 1848; Pierre Leroux (creador de la palabra «socialismo») escribió diversas obras sobre un socialismo humanista; Eugenie Niboyet y Pauline Roland militaron en favor de la emancipación de la mujer; Philippe Buchez desarrolló el cooperativismo y ayudó a poner en pie un diario escrito exclusivamente por obreros, «L’Atelier»Flora Tristán abogó por la unidad de la clase obrera y teorizó sobre la opresión de la mujer estableciendo los primeros fundamentos del feminismo.

El sansimonismo se extendió a otros países. Influyó en Garibaldi y Giuseppe Mazzini, de Italia; en Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, de la naciente Argentina; en el joven hegeliano Moses Hess, quien intentó hacer una síntesis entre Saint-Simon y Hegel y a la vez convenció de la necesidad del comunismo a su amigo Friedrich Engels.

En España tuvieron cierta influencia las ideas de Fourier y de Cabet, en los años 30 y 40 del siglo XIX. Se puede nombrar a Joaquín de Abreu y Orta, Manuel Sagrario de Veloy, Francisco José Moya, Fernando Garrido y Sixto Cámara. Entre los icarianos, Abdón Terradas, Narciso Monturiol, Anselmo Clavé y Ceferino Tresserra.

Véase también.

Referencias.

  1. Bravo, 1976, p. 8; 33.
  2. Bravo, 1976, p. 33-41.
  3. Bravo, 1976, p. 36-37.
  4. 1976, p. 13-14; 20-21; 24-30; 35-36; 38.

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El socialismo utópico y su legado

El surgimiento del socialismo utópico en Francia en el siglo XIX y no, curiosamente, en Inglaterra donde había triunfado la Revolución Industrial, obedece a una serie de causas relacionadas con los contextos políticos, intelectuales y sociales de ambos países. Las energías del cambio social y político en Gran Bretaña fueron absorbidas, de forma más pragmática que en el continente, tanto por la lucha para alcanzar el reconocimiento del derecho de asociación obrera, conseguido con mucho sacrificio y cristalizado en los poderosos Trade-Unions, como por el surgimiento del movimiento cartista empeñado en democratizar un sistema político liberal que impedía, a través de varios mecanismos, la participación política de la inmensa mayoría de los británicos. En cambio, en una Francia mucho menos industrial y, por lo tanto, con menos proletariado, pero con una profunda tradición intelectual, política y revolucionaria, se generó un caldo de cultivo del que surgieron una serie de pensadores que reflexionaron sobre las contradicciones de la industrialización y acerca de sus consecuencias sociales.

Desde de los inicios del siglo XIX, algunos intelectuales empezaron a criticar los costes sociales de la industrialización y plantearon modelos sociales y políticos alternativos. El término socialismo comenzó a emplearse en la Revolución de 1830 en Francia. Al principio, su significado era un tanto impreciso y se relacionaba con la eliminación de la desigualdad social. El primer socialismo recibió mucha influencia de las ideas ilustradas, de Rousseau, pero también del romanticismo y del cristianismo. En los planteamientos de los socialistas utópicos predominaron consideraciones morales sobre las injusticias y los efectos negativos del capitalismo. Como alternativa defendieron el establecimiento de modelos sociales ideales en los que desaparecerían la explotación y la injusticia social, de ahí que fueran calificados de utópicos, rememorando la famosa obra de Tomás Moro en el Renacimiento.

En realidad, no hay un único socialismo utópico y, como veremos, cada autor hizo su propio análisis y planteó alternativas muy personales, por lo que es imposible hablar de un pensamiento articulado como el marxista. Pero sí se pueden rastrear algunas líneas comunes entre los diversos autores: el rechazo a los métodos revolucionarios, la defensa de los procesos evolutivos y siempre la utilización de los medios pacíficos. El cambio social no estaría en la capacidad revolucionaria del proletariado, como defendería Marx, sino en el convencimiento progresivo y en la aceptación por parte de la burguesía de la necesidad de efectuar cambios. Frente a los enfrentamientos de clase, abogaban por la concordia y el entendimiento. Los socialistas utópicos, en todo caso, no dedicaron mucha atención a los medios para realizar los cambios, sino que se empeñaron en elaborar los proyectos alternativos.

Uno de los socialistas utópicos más interesantes fue Charles Fourier (1772-1837) con sus falansterios, pequeñas ciudades de unos 1600 habitantes, formadas por  grandes construcciones que se asemejaban a los palacios del barroco clásico francés. En estas ciudades no habría una especialización excesiva del trabajo, ya que sus habitantes realizarían las distintas tareas de forma alterna. Sí, en cambio, habría propiedad privada y hasta derecho a heredar, pero los instrumentos de la producción serían comunes. Fourier buscó el apoyo de burgueses para instalar sus falansterios. De hecho, hubo falansterios en Francia, Inglaterra, Rusia y Estados Unidos, pero fracasaron.

Por su parte, Saint-Simon (1760-1825) era un noble de ideas liberales que propuso un desarrollo racional de la industria para superar los enfrentamientos sociales. Era partidario de aplicar el progreso técnico a la producción y de la existencia de una élite científica que dirigiera una organización social para proporcionar el bienestar general. Sus discípulos fundaron el monasterio de Ménilmontant, donde cada miembro trabajaba según su capacidad. En realidad, fue el autor con más influencia posterior, a través de la interpretación que la tecnocracia realizó de sus doctrinas.

Otro de los grandes socialistas utópicos fue Étienne Cabet (1788-1856). En el año 1842 publicó su Viaje por Icaria”, en el que se describía un modelo utópico con clara influencia de Platón y Tomás Moro. Cabet presentaba una sociedad más revolucionaria que la que planteada por Fourier, ya que las instituciones debían regularse por sufragio universal. La propiedad privada debía ser respetada.

Los socialistas utópicos quedaron marginados de la historia socialista cuando Marx y Engels arremetieron contra sus doctrinas porque consideraron que sustituían la realidad por creaciones fantásticas. Frente a la concepción utópica, ellos defendieron el socialismo científico, ya que partían del análisis de la realidad económica y de la descripción del enfrentamiento de clases. La sociedad existente debía ser transformada y no tendría ningún interés ni futuro la creación de sociedades al margen. Pero, no cabe duda que las pesadillas totalitarias generadas por las dictaduras del proletariado comunistas y las profundas injusticias derivadas del modelo social neoliberal contribuyen a que los socialistas utópicos, a pesar de plantear soluciones difíciles de poner en marcha y de no hilvanar un pensamiento plenamente estructurado, puedan ser revisitados. Hoy en día, una lectura de sus obras, teniendo en cuenta las advertencias citadas y adaptando algunos aspectos, puede ser, al menos, fuente de inspiración. Creemos que la clave de la importancia de los socialistas utópicos reside en el legado de su profundo humanismo, en su defensa de la fraternidad o solidaridad, en la idea de que se debe construir un mundo distinto, más justo y armónico y, también en el marcado idealismo que les guió en sus teorías y proyectos, aspectos todos que, en realidad, nunca han dejado de pertenecer al acervo de la izquierda.

Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea.