HISTORIA DE LA CNT-AIT

Frente Libertario.

Frente Libertario, desde la memoria.

1963-1969… Aún queda por escribir la historia de aquellos negros años de la degeneración burocrática del exilio libertario español donde, optando por lanzar una caza de brujas contra sus disidencias internas en lugar de buscar en ellas algún acicate para regenerarse, la declinante CNT en el exilio renunció a su propio porvenir optando por formar cuerpo con los intereses estrictamente parasitarios de la inamovible cuadrilla de dirigentes que la representaba. Fue un tiempo insensato donde, después de la unidad recobrada en 1961 y las esperanzas que había suscitado, la fracción ortodoxa de la CNT en el exilio se instaló progresivamente en los cargos de una organización que iba a transformarse en una simple oficina de registro de sus delirios normativos. Sometido a las recetas purgativas de sus obtusos practicantes, el viejo cuerpo enfermo no tuvo, desde entonces, otra razón de ser que la de lanzar cruzada tras cruzada contra los “activistas”, los “reformistas”, los “marginales” y demás “desviantes” que se agitaban en su seno. De expulsiones en expulsiones, la casa común se fue vaciando de sus fuerzas vivas afín de que el Orden de los predicadores confederados pudiera reinar sin reparto, y pues sin riesgo, sobre un verdadero campo de ruinas.

Obviamente, los marginados de la Organización hubieran podido volver a entonar,  en 1970, la conocida cantinela de «mi CNT contra la tuya». Tenían fuerza y capacidad para hacerlo. Sin embargo, la caótica historia de los difíciles años 1950 había dejado demasiadas huellas en las memorias para que se volviera a abrir una nueva trinchera escisionista. Esa idea fue descartada  antes incluso de haber sido seriamente contemplada en beneficio de otro método cuya gran ventaja fue seguramente la de evitar el enfrentamiento bloque contra bloque y las querellas de representatividad. En este sentido no es  inútil recalcar la originalidad de la experiencia militante que se desarrolló, desde 1970 hasta 1977, en torno a una publicación mensual, cuya existencia sirvió indiscutiblemente de polo informal de reagrupación para todos los que, expulsados de la CNT «oficial» o simplemente asqueados por su funcionamiento burocrático, dibujaban, de hecho, los contornos de una disidencia libertaria plural.

Frente Libertario nació de una decisión colectiva adoptada, en mayo de 1970, durante una reunión nacional de los Grupos de presencia confederal y libertaria (GPCL), que se celebró en la bolsa del trabajo de Narbona. Estos grupos se habían constituido en1967, en la continuidad del catastrófico congreso de Montpellier (1965) que abrió la vía a la normalización interna de la CNT en el exilio. Se trataba de estructuras de coordinación local bastante flexibles cuyo principal objetivo era, en aquel momento, el de batallar contra los depuradores que actuaban en el seno de la organización. Tras perder esa batalla los GPCL apoyaron inmediatamente la iniciativa presentada por un grupo de militantes de París de lanzar un periódico cuyo objetivo debía ser, no la reconquista de una estructura cadavérica, sino la recomposición de las fuerzas vivas que habían sido excluidas o que aún permanecían en la CNT en el exilio para trabajar hacia un posible renacimiento en suelo español de un anarco-sindicalismo regenerado y reactualizado. Es sobre esta base que este proyecto impulsado esencialmente por Fernando Gómez Peláez, fue aprobado por los participantes en la reunión de Narbona. La otra condición se desprendía de la siguiente consideración: en la medida en que Frente Libertario no deseaba verse ligado a ninguna entidad orgánica particular, la autonomía de funcionamiento de su grupo editor tenía que ser garantizada. Lo fue, durante los siete años de su existencia y sin el más mínimo problema. En este sentido, Frente Libertario constituyó una notable excepción en la historia de la prensa libertaria del exilio español ya que fue, en efecto, el periódico de un grupo, pero beneficiando, desde su lanzamiento, de complicidades militantes suficientemente extensas para garantizarle unos medios de financiación y de difusión ampliamente superiores a sus propias capacidades.

Para comprender esta connivencia entre los diversos núcleos de la disidencia libertaria, integrados o no en los GPCL, y el grupo editor de Frente Libertario, es preciso resituarse en el contexto de una época donde, una vez admitidos sus irreparables daños, la crisis final de la CNT en exilio tuvo como principal efecto, no el de cerrar el horizonte, sino, al contrario, el de liberar las energías que se habían malgastado durante largo tiempo en querellas internas tan agotadoras como baldías. Proyectándose exclusivamente en la perspectiva del pos-franquismo que todos sentían cercano, y  volcando todos sus medios en la coordinación, sin pretensión hegemónica, de un movimiento libertario en fase de re-emergencia en el Interior (en la Península), Frente Libertario tuvo sin duda el mérito de volver a vincular una serie de militantes deseosos de salir, finalmente, del pozo sin fondo de las ilusiones perdidas. Su línea de redacción fue lo suficientemente flexible para congregar en torno al periódico sensibilidades diversas, y a veces incluso antagonistas, en torno a la idea de la «reconstrucción» de la CNT, que promovió incansablemente entre los grupos libertarios del Interior con los cuales mantenía contactos regulares. En esto residió, sin duda, su principal éxito.

Como miembro del equipo de Frente Libertario que participó, del comienzo al final, a esta experiencia editorial, me siento autorizado a evocar aquí algunos recuerdos personales. Que se les tome tan solo por lo que son, es decir por la expresión subjetiva de una  experiencia vivida de la cual soy actualmente el último testigo ya que los demás miembros del grupo  Fernando Gómez Peláez (1915-1995), Mariano Aguayo (1922-1994) y Amador Álvarez (1920-1996) han desaparecido. También es cierto que tenía sobre ellos, «la ventaja» de la juventud ¡veinte años en 1970!, lo que me ubicaba, de facto y salvo accidente de la historia, en la posición de heredero natural de esta aventura.

Es necesario, antes que nada, que me ubique y que lo haga lo más honradamente posible. ¿Por qué razón, en la efervescencia que siguió a Mayo del 68  donde me había implicado en tanto que  anarquista en ciernes, como alumno de Instituto primeramente, después como estudiante en historia, me adherí a este proyecto español? Las razones son probablemente diversas, pero destacaré dos de ellas: por un lado, la voluntad que tenía entonces de romper con los tics de mi entorno anarco-izquierdista parisiense; por otro lado, el deseo de buscar en otro lugar algunas razones de sentirme útil. El lanzamiento de Frente Libertario me ofreció la oportunidad de hacerlo.

Había seguido de cerca, como observador atento pero desapegado, los últimos sobresaltos de la crisis final de la CNT en el exilio. A diferencia de algunos viejos compañeros que frecuentaba por aquel entonces, y que fueron a menudo víctimas de esa crisis, yo veía en esta privatización burocrática de una organización transformada en caricatura de sí misma, una oportunidad. La irreversible ruptura que inducía abría indudablemente un espacio para la renovación. Esta perspectiva más animosa que lloriqueante era la que compartía el grupo editor de Frente Libertario, en el cual me integré rápidamente.

Como ya lo he indicado, este grupo tenía en su origen la forma de un trío. Fernando Gómez Peláez reunía todas las cualidades requeridas para asumir la dirección del nuevo mensual. Iniciador del proyecto, tenía, por otra parte, una innegable experiencia en materia de prensa militante, ya que había sido, de 1946 a 1954, director del semanal «Solidaridad Obrera» que había enriquecido con un excelente Suplemento Literario, y también, en 1957-1958, del mensual «Atalaya», subtitulado «tribuna confederal de libre discusión». Amador Álvarez se hizo cargo de la administración del periódico y Mariano Aguayo atendió su “servicio de librería”. El trío, que se conocía bien, funcionaba sobre una base afinitaria. Mi integración al grupo editor, que no tuvo otro efecto que el de rejuvenecerlo, no alteró para nada su equilibrio interno. Encontré mi lugar asegurando, por un lado, la crítica bibliográfica en las columnas de «Frente Libertario» y, por otro lado, interesándome más precisamente a la producción militante de los grupos juveniles que, en el Interior, se reivindicaban del anarquismo o, más frecuentemente, del campo anti-autoritario. Vista mi juventud, era sin duda el más apto para comprender sus aspiraciones y apreciar su literatura bajo fuerte influencia intelectual sesenta-ochentista. Con el tiempo, este trabajo desembocó, vía nuestra antena en Perpiñán, sobre estrechos contactos con buen número de ellos, entre los cuales habían grupos autónomos o específicamente anarquistas – de Barcelona, Valencia, Madrid y Zaragoza, pero también los Grupos Obreros Autónomos (GOA) de Santa Coloma de Gramanet que desempeñaron un papel determinante en la reconstrucción de la CNT tras la muerte de Franco.

Más allá del grupo editor propiamente dicho, Frente Libertario contó con el concurso permanente de militantes abnegados, como Manuel Fabra, Pepín García, Honorato Martínez, José Muñoz, Pepito Rosell, Alejandro Arribas y algunos más, siempre dispuestos a echar una mano y, aún más allá, contó con el apoyo sin fisuras de veteranos como Joan Manent y sobre todo Cipriano Mera, que participó, hasta su muerte en 1975, en todas las sesiones de empaquetamiento y de expedición del periódico en el local del 79 de la calle Saint-Denis. Allí, en un ambiente festivo y fraterno, se mezclaban en torno a la gran mesa, militantes de diversas generaciones mientras los más ancianos rehacían la historia de la CNT hasta altas horas con un entusiasm inquebrantable. Hasta tal punto que, para algunos jóvenes anarquistas españoles de paso por París, estos momentos de tertulia constituyeron inolvidables lecciones de historia viva.

Con una paginación de ocho páginas en formato tabloide, «Frente Libertario» encartó repetidas veces en sus ediciones, diversos suplementos: cartas abiertas a los militantes, resúmenes de huelgas, situación en las prisiones. Fijada en 2.000 ejemplares en 1970, su tirada de la cual una parte era realizada sobre papel biblia para los envíos hacia el Interior sobrepasó los 4.000 en 1972 para estabilizarse en  4.500 tras la muerte de Franco, con puntas de 5.000 ejemplares. Su difusión discurría por dos caminos: el correo postal, pero también el transporte clandestino, vía La Junquera e Irún esencialmente. Estos dos puntos de paso dependían de los grupos de Perpiñán y de Bayona, con recepción en Barcelona y San Sebastián. Otro transporte clandestino, hacia Madrid en este caso, fue asegurado por un joven compañero (“Sabino”) que trabajaba en la Compañía de los vagones-camas de la línea París-Madrid. Estos pasos no ocasionaron ningún problema particular. Permanecieron constantemente operativos, salvo decisión por parte nuestra de suspenderlos momentáneamente por razones de seguridad, como fue el caso tras el atentado contra Carrero Blanco o con motivo de la ejecución de Salvador Puig Antich. En cualquier caso, «Frente Libertario» fue probablemente uno de los periódicos del exilio libertario español con mayor difusión en el Interior.

En cuanto a su contenido, Fernando Gómez Peláez fue durante  siete años la pieza clave y el verdadero responsable de la publicación. Se ocupó de la concepción, de la realización y de la maquetación de cada uno de sus setenta y dos números. Redactó las editoriales, suscitó las colaboraciones, tomó las decisiones necesarias en el ámbito de la redacción y, eventualmente, zanjó los conflictos. En este sentido, y aunque su grupo editor tenía plena potestad para intervenir en tal o cual decisión, se puede decir que «Frente Libertario» adoptó un modo de funcionamiento más cercano al de la prensa militante “a la antigua usanza” donde los “directores” de publicación ejercían como tales que al de las ideas “modernas” vehiculadas por el espíritu del tiempo sobre la rotación de las tareas y la responsabilidad colectiva.

La línea editorial del periódico descansó sobre una constante búsqueda de equilibrio en la expresión de las diversas sensibilidades que integraban el tejido libertario del exilio opuesto al inmovilismo de la CNT llamada “oficial”, pero favoreció sobre todo las contribuciones que provenían del Interior, principalmente las que revelaban una implicación real de estos grupos en las luchas sociales del franquismo tardío. Con el tiempo, «Frente Libertario» privilegió claramente la expresión de los grupos del Interior que se inscribían en la perspectiva anarco-sindicalista de una reconstrucción de la CNT en tierras de España orientación que adoptó y defendió desde noviembre 1971 y que fue ganando dinamismo y popularidad de 1972 a 1975. Esta atención constante prestada a las informaciones y a las colaboraciones que llegaban del Interior constituyó sin duda la principal característica del periódico. Paralelamente, cultivó una antigua tradición de la prensa libertaria española, que consistía en recurrir a las contribuciones de cronistas regulares de calidad. José Peirats, que publicó setenta y dos artículos, uno por número, figura aquí como el principal ejemplo, pero también se puede citar en esta categoría Simón Cortinas (Juan Bernat), Julio Gálvez (Julio Patán), Gregorio Quintana (Ildefonso González) o también al escritor José Ramón J. Sender. «Frente Libertario» contó, por otra parte, con una densa red de colaboradores más o menos regulares cuyas contribuciones hicieron mucho para fomentar su prestigio. Entre éstos, que fueron demasiado numerosos para poder nombrarlos a todos, citaremos Benjamín (Juan Gómez Casas), Francisco Carrasquer, Juan Español (Gerardo Patán), Fontaura (Vicente Galindo), Agustín García (Agustín García Calvo), Victor García (Germinal Gracia), José García Pradas, Gaston Leval, José Martín-Artajo, Frank Mintz, Luis Pasamar, Horst Stowasser o Andrés Suárez (Ignacio Iglesias).

Imprimido en «La Ruche Ouvrière» (la colmena obrera), 10, calle de Montmorency, en el tercer distrito de París, Isla de Francia, (Francia), «Frente Libertario» se benefició, como todos los clientes de la familia libertaria que frecuentaban estos lugares mágicos, de los favores de su gerente, “El Señor Jean”, de su verdadero nombre Yervant Aprahamiantz, anarquista iraní de origen armenio que había sido activista y editor de «Voline». Dicho de otra manera, recibíamos un trato estupendo, tanto más cuanto que uno de los asalariados de la imprenta, Pedro Montllor, era un compañero. Estos favores o facilidades consistían, para «El Señor Jean», en recortar sus márgenes comerciales para rebajar nuestra factura. Para comprimir los precios al máximo, había aceptado incluso dejarnos su taller los sábados, y en algún caso los domingos, para que hiciéramos nosotros mismos el trabajo de composición. Fue a menudo Jaime Mir, linotipista de talento y militante de gran corazón, quien se encargó de esta labor, siempre con la mirada alerta, la mano hábil y el espíritu despierto. A final de cuenta, en casa del “Señor Jean”, solo pagábamos la tinta, el papel y el plomo. Y a veces de beber. El resto era asunto de fraternidad.

Así, a lo largo de siete años, «Frente Libertario» fue sostenido por el entusiasmo. Por supuesto, teníamos nuestras dudas sobre el porvenir del pos-franquismo. No hacían falta  muchas luces para comprender que no desembocaría ni sobre una ruptura revolucionaria, ni siquiera sobre la restauración de una República modestamente burguesa. La única esperanza que compartíamos era la de que la CNT pudiera salir del túnel en un estado menos deplorable que el que deseaban sus numerosos detractores. Y tal vez incluso desempeñar cierto papel, aunque solo fuese el de aguafiestas en el gran concierto de las recomposiciones que se anunciaban. Y esto ya era mucho si se consideraba el panorama que existía pocos años antes. En efecto, estábamos bien situados para saber que la mayoría de los grupos que componían la muy confusa galaxia libertaria de estos años del “tardo-franquismo” habían manifestado durante mucho tiempo una gran indiferencia respecto a este proyecto de reconstrucción confederal que habíamos fervientemente deseado y que mal que bien había acabado por imponerse. En realidad, más mal que bien como lo demostró la continuación de la historia. En aquel momento estábamos en los comienzos y, como todos los comienzos, este parecía prometedor. Los meses que siguieron la muerte de Franco confirmaron este principio de esperanza. Y también el año siguiente. La CNT estaba situada sobre raíles, aunque sus guardagujas divergían obviamente sobre la vía a seguir. Para nosotros, grupo editor de «Frente Libertario», lo esencial ya estaba hecho. O al menos, así queríamos creerlo.

En la primavera de 1976, en una gira por Barcelona, Madrid y Valencia, así se lo dijo a los tres comités regionales de la CNT reconstruida una delegación de «Frente Libertario» (Amador Álvarez, Fernando Gómez Peláez, Jorge Llivina y yo mismo). Les comunicamos que tan solo esperábamos el nombramiento de un comité nacional representativo para proceder a nuestra auto-disolución.   Esto se hizo un año más tarde. No fue siempre bien aceptado por nuestros principales apoyos que estimaron precipitada esta decisión en un periodo en el cual, contra toda lógica, la guerra interna volvía a golpear las puertas de una CNT que tan apenas reconstruida se adentraba ya en los senderos de la deconstrucción.

Freddy Gómez

José Peirats en Frente Libertario

       En el otoño de 1972, subiendo de Perpiñán donde me había “clandestinamente” encontrado, en calidad de miembro del grupo editor de «Frente Libertario», con un típico representante de esos nuevos (y variopintos) grupos neo-libertarios que proliferaban por la Cataluña del “tardo-franquismo”, me detuve, como solía hacerlo en semejantes viajes, en Montady para saludar a Peirats y demás integrantes de la muy estimable comunidad de “La Plaine des Astres”. Yo era entonces un chaval de 22 años, hijo de la gran familia libertaria del exilio, estudiante de historia y aprendiz de anarquista. Y así se me consideraba, como un heredero que tenía que hacer sus pruebas. Pero con cariño, eso sí, con mucho cariño.

      Ese día, le hablé a Peirats de mi encuentro con el ácrata de marras y, más precisamente, de mi malestar ante sus evidentes y muy teorizadas inclinaciones hacia la lucha armada, las expropiaciones y demás radicalidades del momento. “¡Si teoriza tanto, me contestó Pepet, poco tiempo le quedará para actuar! Los que conocí yo no teorizaban. Desgraciadamente.” Y la conversación, larga, siguió su rumbo, entre interrogantes míos y cultas digresiones suyas sobre lo que Peirats llamaba “el cabezazo en el muro”, o sea esa manera tan desgraciadamente anarquista de confundir violencia minoritaria y acción directa. Al terminarse el intercambio, me sacó Pepet unas cuartillas de una carpeta (roja, recuerdo) y me las dio a leer. “Mira, es la última crónica que os mandé, ayer, para Frente…” Se titulada “Hipoteca sobre el heroísmo” y se centraba, con el doble motivo del aniversario de su muerte y de la publicación en francés de una discutible hagiografía de Abel Paz, sobre la figura de Durruti un Durruti que Peirats había conocido y estimado. Ese “hombre profundamente humano, generoso y sentimental”, escribía Peirats, había acabado “prisionero de su fama” y “empujado a morir como debía”, es decir como muere un “superhombre”. Para Peirats, el “tremendismo” anarquista conllevaba “el culto al heroísmo”, y éste, como dijo Felipe Alaiz, su reconocido maestro, algo tenía que ver con la gimnasia de circo. “Sólo estrelladas sobre las pistas del circo, concluía Peirats, las vidas de Ascaso y Durruti obtuvieron digno remate a los ojos de muchos. Este mismo público les prodigaría incluso una ovación lacrimosa.

        Poniendo punto final a la anécdota, precisaré que mi anarco perpiñanés, que era en realidad de Gerona, no siguió, ni mucho menos, los derroteros de Buenaventura. Entrada la Transición, se hizo ejecutivo de una empresa de venta de coches y se adhirió al PSOE de Felipe González. Tenía razón Peirats: la teoría es lo que salva.

          Entre 1970 y 1977, José Peirats (1908-1989) fue, sin duda alguna, el colaborador más asiduo y regular que tuvo «Frente Libertario». Sus crónicas, de tipografía apretada, llegaban siempre con puntualidad. Hasta tal punto que, ya casi terminado el número de clausura (el 71) de «Frente Libertario» que nos llevó más tiempo que de costumbre por haberle añadido dos páginas extras con un sumario de cada número, el “metronómico” pero algo despistado Peirats nos mandó su colaboración para el siguiente. El grupo editor se las arregló, no sé cómo, para insertarla en ese número de despedida que tiene, pues, la particularidad bibliográfica, de albergar dos contribuciones del prolífico cronista: “Problemas del relanzamiento”, firmada José Peirats, y “Tecnología y humanismo”, firmada Pepet. ¡Una salida “en beauté” come se dice en Francia!

        De las setenta y tres si se añade la del “n° 0” talentosas colaboraciones mandadas a «Frente Libertario» por Peirats a lo largo de esos siete años, mucho se podría decir sobre las temáticas escogidas y el estilo tan caracterizado de su prosa. Pero lo que merece ser recalcado, a mi parecer, es esa manera tan singular que tenía Peirats de situarse, como anarquista de toda la vida, en la compleja y a veces contradictoria tradición hispana del libertarismo obrero, que conocía al dedillo.

      “La propaganda proselitista, puntualiza Peirats en una de sus primeras crónicas, es la literatura de peor calidad. […] Los misioneros de proselitismo no osan decir sinceramente al público las verdades que escuecen.” Ocultadas por un “oficialismo” cenetista acostumbrado a reescribir con gloria sus mediocres hazañas burocráticas, pero también por una militancia satisfecha de ser alabada por la prensa “legitimista” del exilio libertario, esas “verdades” son precisamente las que Peirats remueve, de crónica en crónica, con pluma ágil y con intención afirmada: recordar la dignificación que el anarquismo obrero de los orígenes supuso para los descamisados “En mi hambre, mando yo” y estudiar, sin glosas inútiles y de manera siempre crítica, su trayectoria a lo largo de la historia social de España. De ahí, su evidente admiración hacia personajes como Lorenzo, Salvochea, Mella, Prat, innegables figuras de un anarquismo abierto a la experimentación y rematadamente opuesto a todo espíritu de secta.           

            Curiosamente a Peirats se le tildó a veces, y con malas intenciones, de “ortodoxo”. A decir la verdad, esa caracterización no le molestaba demasiado cuando la acusación le venía de “heterodoxos” exageradamente adictos a las nuevas modas conceptuales “sesentayochistas” o de historiadores marxistizados de nueva extracción, pero no dejaba de extrañarle, eso sí, que se le pueda relacionar con cualquier tipo de “ortodoxia” salvo quizá la que le hacía sentirse íntimamente ligado a la condición proletaria y, lógicamente, al anarcosindicalismo como método de emancipación. Por lo demás, en cuanto a mecánica orgánica se refiere, sus ideas eran sencillas: o sirven los “principios, tácticas y demás” o no sirven. Si sirven, se aplican; si no sirven, se cambian. Ahora bien, añadía Peirats, “los principios (ya lo dice la palabra) son un punto de partida que en nosotros está no convertir en decorativos”. Ni cerrazón ortodoxa, pues, ni inclinación particular por el revisionismo. Práctico más bien. En cuanto a las nuevas temáticas emancipadoras de la época, las miraba con curiosidad, pero sin fascinación. Cuando le parecían ser dignas de interés y renovadoras del pensamiento ácrata, como fue el caso de las que teorizó Murray Bookchin (dos largas crónicas le dedica Peirats en «Frente Libertario»), las valoraba  siempre de forma crítica y terminaba por integrarlas a su ya nutridísimo vademécum anarquista íntimo. Ortodoxo tampoco lo era, ya se ha dicho, en su reprobación manifiesta y repetida de la fascinación ejercida por la violencia en algunos anarquistas de su tiempo, en su impugnación argumentada de esa forma tan particular de “redentorismo” libertario repleto de fetichismo y de misticismo. La inapetencia de Peirats por el martirologio fue reincidente, como lo fue su rechazo de todo acomodamiento ideológico y aún más burocrático exclusivista. Hombre de matices, Peirats era ciertamente un anarquista más inclinado a cuestionar las ideas que a repetir las falsas evidencias de une verdad autoconstruida. Así que eso de “ortodoxo” se lo dejaremos a los que, pobres de imaginación, lo dedujeron de las justificadísimas críticas de Peirats a los “militantes destacados” de la CNTFAI que, en cuatro días, se saltaron a la torera los principios del anarcosindicalismo para adaptarlos a las circunstancias de la guerra pero sin pensar, como bien decía Peirats, que, si la guerra se  hace contra la revolución, grande es el riesgo de perder en los dos frentes. Por falta de entusiasmo. Y así sucedió.

      En ese tema, sin embargo, Peirats no era el rabioso que se dijo, ni mucho menos. Desconfiaba, y lo dejo escrito, de los extremismos baratos a la Vernon Richards o de las intransigencias sin sustancia a la Carlos Semprún Maura. Para él, las “circunstancias” eran innegables. La fuerza de su crítica residía precisamente en esa capacidad de evaluar a rajatabla une situación complicadísima para el anarquismo. Numerosas son las crónicas, a menudo en forma de reseñas, que Peirats dedicó, en «Frente Libertario», a ese acontecimiento de importancia. En ellas, al analizar la política de los aparatos de la CNTFAI en ese periodo, no se habla, es de ser notado, de “traición”, de “capitulación” o de otras lindezas por el estilo. El autor puntualiza, detalla, estudia, desmenuza, pero no anatemiza, no se deja llevar por ninguna pasión (ortodoxa). En conversaciones privadas, Peirats no se mordía la lengua lo puedo atestiguar, pero, en materia periodística, sabía guardar el tono. No por miedo a la polémica (lanzó algunas cuando se justificaban), sino por sentido de la responsabilidad ética. Periodista obrero desde sus años de juventud su primer artículo se lo publicó, en 1927, el «Boletín del ladrillero», portavoz de los obreros del barro, sabía que los escritos exigen más reflexión que demagogia barata. No solo porque quedan, sino porque lo impone ese tipo de ejercicio si no se quiere caer en la simplificación o en la caricatura. Por lo menos, así lo veía él y así lo práctico. Con espíritu batallador, pero honestamente.

            Críticas de libros, artículos historiográficos, estampas del exilio, semblanzas de militantes obreros, intervenciones sobre la contemporaneidad del anarquismo, reflexiones sobre su trayectoria histórica, meditaciones sobre principios, tácticas y finalidades, cavilaciones sobre su hipotético porvenir, las setenta y tres crónicas de Peirats en «Frente Libertario» constituyen indudablemente, por su eclecticismo, diversidad, estilo y sutileza, una prueba evidente de su gran talento de ensayista. Con el paso del tiempo, es un auténtico gustazo releerlas. Porque son piezas de majestad y porque intuyen, a la letra, lo que el anarquismo hispánico de los tiempos heroicos ha producido de mejor: el obrero ilustrado que podía competir, sin el menor complejo, con la intelectualidad burguesa. A riesgo, para está, de quedar, a veces, ridiculizada por el ladrillero.

Freddy Gómez