Los 15 días más largos de Valencia
El fracaso del golpe militar del 18 de julio de hace 80 años llevó a la barbarie de la Guerra Civil, seguida de una posguerra de hambre, cárcel, paredones y 40 años de dictadura. Entre el inicio de la sublevación contra la República y el 1 de agosto, Valencia vivió sus 15 días más largos en medio de una huelga general, quema de iglesias, barricadas, «paseos» y comités revolucionarios. Así fue la Revolución de julio de 1936.

Los conjurados valencianos llevaban meses ultimando los detalles del alzamiento en el Cap i casal. A finales de mayo ya habían acordado con el general Goded, comandante general de Baleares, que éste liderase el golpe en la ciudad del Turia, «pues desconfiaban del general Martínez Monje, a quién el Gobierno de la República había puesto al frente de la Tercera División Orgánica, con sede en Valencia, y de quién decían que era masón», anota el historiador. La táctica elegida era idéntica a la usada por Queipo de Llano con éxito en Sevilla. «Un militar de prestigio, arropado por el mayor número de oficiales posible, acudiría a la sede de la División para exigir al general que les entregase el mando», continúa. A partir de aquí, esperaban que, uno tras otro, los regimientos de la División se sumaran a la sublevación.
La junta de la UME en Valencia también había dejado claro, en una reunión a principios de junio en el Saler con los partidos de derecha, que «los militares iban a llevar el peso del golpe», relata Mainar. Cuenta que a pesar de que «los elementos más jóvenes y exaltados» del gran partido conservador local, la Derecha Regional Valenciana (DRV) «se habían decantado totalmente por el golpe», esta trama civil «no era tan importante como se piensa, ya que fue una especie de ´globo´» que llegó a ofrecer hasta 50.000 hombres armados para respaldar el golpe. Toda una quimera, pues aunque llevaban varios meses —desde que la coalición del Frente Popular ganó las elecciones en febrero—, «intentando recaudar dinero para comprar armas, la realidad es que no encontraron mucha colaboración», revela Mainar.
Falange «alza la liebre» en Unión Radio
La fecha y hora elegida para que Goded entrase en Capitanía y depusiese a Martínez Monje fue el domingo 19 de julio a las 11 de la mañana. Pero una cosa son los planes y otra llevarlos a la práctica. Todo empezó a torcerse cuando la noche del sábado 11 de julio un grupo de entusiastas falangistas ocuparon pistola en mano —unas armas que luego resultaron ser de madera— la emisora Unión Radio Valencia, en la calle Juan de Austria. En horario de máxima audiencia lanzaron una proclama en la que anunciaban que «dentro de unos días saldrá a la calle la revolución nacionalsindicalista».
El atrevido golpe de mano de Falange, que provocaría al día siguiente una multitudinaria manifestación de protesta del Frente Popular, describe Mainar, «enfadó mucho a los militares que urdían la sublevación, pues puso sobre aviso a las autoridades y a los movimientos obreros». De hecho, cuando llega el 18 de julio, añade, «la mayoría de miembros de la UME en Valencia y sus enlaces con los cuarteles ya habían sido detenidos o estaban vigilados, lo que dificultaba la capacidad de maniobra de los conjurados».
Pero, sin duda, el gran contratiempo fue que a pocas jornadas del Día D Goded se negó a sublevar la guarnición de Valencia y reclamó la IV División, que con sede en Barcelona era «mucho más importante». Compuestos y sin líder, los sublevados valencianos viajan a Madrid para pedir al general González Carrasco, el elegido inicialmente por el general Mola para asumir el levantamiento en Barcelona, que tome el mando de la operación. El historiador explica que González Carrasco, que «era una persona ya mayor», tenía 59 años, dolido e indignado por el cambio, rechazó el nuevo cometido. Sin embargo, «Después de muchas dudas, acepta sublevar la Tercera División» y llega a Valencia en coche el mismo 18 de julio.
La vigilancia a que estaban sometidos los conspiradores obliga a que el general y el líder y fundador de la UME, el comandante Barba, que pocos meses antes había sido trasladado a Valencia, tengan que ir precipitadamente de casa en casa para evitar su detención, «llegando a esconderse hasta en cinco domicilios diferentes».
Indefinición en los cuarteles
Mientras tanto, Martínez Monje ordena el acuartelamiento de las tropas y proclama a través de los periódicos que la tranquilidad reina en los cuarteles, cosa que dista de ser real. De los cuatro regimientos acantonados en Valencia —los de Infantería Otumba 9 y Guadalajara 10, el Lusitania 8 de Caballería y el Quinto Ligero de Artillería— sólo el coronel del Otumba, Velasco Echave, muestra su adhesión al Gobierno, el resto decide permanecer a la espera.
La ciudad parece vivir ajena al ruido de sables, pues ese mismo sábado 18 por la noche aún se celebran las verbenas de la Feria de Julio. Sin embargo, la mañana del domingo 19 iba a ser la última en que se escucha misa en las iglesias de Valencia. El poder central había saltado en pedazos ante la rebelión militar. Mainar alude a un informe del cónsul británico en Valencia que relata que el gobernador civil, el periodista Braulio Solsona, «carecía de poder más allá de la puerta de su despacho».
«Este vacío—prosigue— lo asumen los sindicatos», especialmente la CNT y UGT, que proclaman esa misma noche del sábado una huelga indefinida pese a las llamadas a la calma, dando lugar a un comité de huelga que a los pocos días acabaría constituyéndose en un revolucionario Comité Ejecutivo Popular (CEP) que asumiría el poder real. El domingo, las barricadas y milicias populares armadas ya empiezan a tomar las calles y esa misma noche se desata el odio religioso con el incendio de la iglesia de los Santos Juanes. Dos días después, el martes 21, habían sido incendiados la práctica totalidad de templos y conventos de la ciudad.
«Los militares consiguen con su sublevación todo aquello que no querían, una revolución pura y dura», detalla Mainar, dando paso a la persecución, encarcelamiento y asesinatos de religiosos y personas sospechosas de ser de derechas. Un «Terror rojo» que las autoridades republicanas no pudieron frenar hasta que «el traslado del Gobierno a Valencia, en noviembre de 1936, acaba con esta revolución total».
La rendición de Goded
Con los milicianos ya en la calle, el general González Carrasco nunca llegó a Capitanía. Cuando iba a ser trasladado a la plaza de Tetuán, ya en la tarde del domingo 19, dio marcha atrás. «Lo que más influyó en su decisión fue escuchar el mensaje de rendición de Goded por la radio, cuando oyó aquellas palabras se puede decir que el golpe en Valencia había fracasado totalmente». Años después el general, que tras lograr huir a zona sublevada fue condenado a 8 años de prisión por su espantada en Valencia, se escudó en que cuando quiso saber cuántos oficiales se había logrado reunir para que le acompañaran a Capitanía le dijeron que «sólo seis».
A este primer intento fallido de sublevar a la guarnición, según Mainar, siguieron otros cuatro, el último de ellos un plan a la desesperada para introducir en el regimiento de Caballería Lusitania 8 al general González Carrasco oculto en el carro de suministro de víveres, con el fin de dirigir la salida de las tropas a la calle. El Lusitania 8, emplazado en los cuarteles de la Alameda, era el regimiento «más aristocrático, monárquico y elitista de Valencia, con lo cual era el que albergaba más oficiales partidarios del golpe», detalla el historiador.
La insurrección, descabezada

La insurrección, aunque descabezada, seguía dentro de los cuarteles, como el Lusitania 8 y su vecino regimiento de Infantería Guadalajara 10, donde los oficiales partidarios del golpe rechazan la orden de partir a defender Madrid ante el avance de Mola. El general Martínez Monje, que según Mainar, «al ponerse al lado de la República, no facilitó en ningún momento el golpe», va cuartel por cuartel intentando convencer a los sublevados, llegando un teniente a encañonarlo con una pistola en la Sala de Banderas del Lusitania.
Las ordenes de movilización hacia el frente emitidas por el jefe de la División y por el ministro de la Guerra, el general Castellón, son desobedecidas por los sublevados, que permanecen acuartelados. Los días de incertidumbre tocan a su fin cuando en la noche del miércoles 29 de julio, el sargento Fabra aborta —tras un tiroteo en el que mueren un capitán, un teniente y un alférez— la sublevación en el cuartel de Zapadores de Paterna. Ya no había vuelta atrás y el CEP ordenó que las milicias populares, apoyadas por guardias civiles y de asalto leales a la República, tomaran los cuarteles de la Alameda en la noche del sábado 1 de agosto en busca de armas para la revolución.
La sublevación queda apagada al mediodía del domingo 2 de agosto, cuando tras una larga noche de tiroteos, un oficial del Lusitania afín a la República, el alférez Alba, abrió las puertas del regimiento, el último reducto de los sublevados en Valencia. «La mayoría de los oficiales son capturados y condenados a muerte, otros logran escapar mezclados entre los asaltantes tras vestirse de paisano e incluso algunos se declaran republicanos para luego pasarse a las fuerzas de Franco cuando son enviados al frente de Teruel», dice Mainar.
En el juicio que los tribunales populares iniciaron el 10 de septiembre de 1936 por la «rebelión militar» del regimiento Lusitania 8 se procesó a 2 tenientes coroneles, 7 capitanes, 3 tenientes y otros 30 oficiales y civiles que se habían introducido en el cuartel para sumarse a los sublevados. La vista concluyó con siete condenas a muerte —cuatro militares y tres civiles—, pues la mayoría de procesados habían sido víctimas de varias «sacas» registradas en el barco prisión «Legazpi» en los últimos días de agosto, en las que fueron asesinados extrajudicialmente 46 oficiales.
Publicado el 17 julio, 2013
Juan LÓPEZ*
Siempre hemos dicho que el 18 de julio es hijo de un compuesto de claudicaciones y de imprevisiones. Algunas de estas, encarnadas en la persona de gobernadores frívolos y cobardes que, los antecedentes de su gestión en el primer bienio republicano, los había calificado como hombres incapaces de realizar una política de firmeza y de comprensión del proceso revolucionario de España.
En Valencia teníamos un gobernador que encarnaba la incapacidad y la política frívola. Tanta era su incapacidad que, pocos días antes del estallido militar fascista, con motivo de la muerte de Calvo Sotelo, y ante rumores alarmantes que denotaban la movilización de los sublevados, afirmaba que por parte de las autoridades de Valencia y su guarnición no existía la menor duda acerca de la fidelidad de éstas fuerzas al régimen.
La CNT declara la huelga general
Las primeras noticias de la sublevación corrieron por Valencia el 18 de julio, durante la mañana, en forma de rumores vagos. Estos rumores fueron adquiriendo volumen a medida que avanzaba el día, hasta confirmarse en las primeras horas de la noche. Toda la noche del 18 de julio se pasó en Valencia oyendo las noticias contradictorias que se daban a través de las emisoras de Unión Radio, controladas por el Gobierno, y las emisoras facciosas. Todo Levante se puso en pie bajo la iniciativa de la CNT, de la UGT y de los partidos del Frente Popular. En la tarde del día 19, domingo, la Federación Local de Sindicatos Únicos de Valencia decretaba la huelga general revolucionaria, que dio comienzo a las doce en punto de la noche del día 19. Se nombró un Comité de Huelga con la misión de dirigir el movimiento y ponerse de acuerdo con la central sindical hermana, la UGT, para la acción conjunta. En las primeras horas de la noche del domingo se produjo un ligero tiroteo con motivo de haber sido asaltado el convento de los Dominicos por un grupo de trabajadores del Sindicato de la Construcción. Esta noticia se puso en conocimiento del gobernador por un miembro del Comité de Huelga.
EI gobernador contestó a este aviso exhortándonos a la serenidad «para que la fuerza pública no tuviera que enfrentarse con ninguna clase de desmán». Vivía aún bajo la influencia de una política de salón.
Se constituye el Comité Revolucionario
Los partidos del Frente Popular convencidos de la debilidad e incapacidad que concurrían en la persona del gobernador, habían decidido sustituir la autoridad de éste por un Comité Revolucionario nombrado al efecto. En la mañana del día 20, este Comité se constituyó en uno de los despachos del Gobierno Civil. El Comité de Huelga nombrado por la Federación Local de Sindicatos de la CNT, se hallaba reunido en el domicilio de la misma, cuando corrió por Valencia la noticia de que la guarnición militar se había sublevado y empezaba a salir de los cuarteles. Esta noticia que respondía a una patraña de los fascistas que actuaban en la calle y los militares complicados, hizo que el Comité de Huelga tomara inmediatamente la determinación de personarse en el Gobierno Civil para terminar de una vez la vacilación de la autoridad gubernativa.
Representaron a la CNT en esta comisión del Comité de Huelga los compañeros Candel, Artiáñez, Domingo Torres, José Pros y Juan López. En aquella dependencia reinaba la confusión. Y en medio de esa confusión se agitaba un hombre leal a la República: el capitán Uribarri. Allí había militantes de todas las organizaciones antifascistas que acudían con un solo objetivo: pedir armas y ponerse a disposición de quienes estuvieran dispuestos a plantar cara a los militares sublevados.
El Comité Revolucionario del Frente Popular, que se había constituido para recabar la dirección de la lucha que no había sido capaz de preparar el gobernador, se hallaba reunido.
Dándonos cuenta los representantes de la CNT de que allí se estaba bajo los efectos de una peligrosa vacilación, decidimos cambiar impresiones aparte, antes de decidir nuestra intervención en el Comité Ejecutivo del Frente Popular.
Como base para nuestra incorporación al mismo y debidamente condicionada, se planteó la necesidad de que se adoptaran las siguientes medidas:
- PRIMERA. Disponer que fueran tomados con fuerzas de Asalto y el doble de individuos en cada grupo, de militantes afectos a las organizaciones antifascistas, los centros de Teléfonos, Correos, Telégrafos y la emisora Unión Radio.
- SEGUNDA. Movilizar al pueblo de Valencia para acordonar los cuarteles de la guarnición, tomando estratégicamente todas las posiciones para un bloqueo de las mismas.
- TERCERA. Una vez tomadas estas dos medidas, comunicar a los mandos militares la decisión de las autoridades antifascistas de que se entregaran armas al pueblo para que este fuese la salvaguardia de la situación.
- CUARTA. En caso de negarse a entregar las armas al pueblo, proceder inmediatamente al asalto de los cuarteles.
- QUINTA. La representación de la CNT aceptaba, bajo estas condiciones, su participación en el seno del Comité Ejecutivo del Frente Popular con carácter de asesoramiento, interín no se realizaran en su totalidad las medidas propuestas por nosotros.
Nuestra actuación, empero, desde aquel momento, se produjo con un carácter ejecutivo, ya que nuestras proposiciones fueron aceptadas.
El pueblo no abandona su actitud vigilante
El pueblo tenía la sensación de que era hostilizado desde los cuarteles. El general Monje dio muestras de adhesión a la causa republicana. Pero pretendía que se diera la orden de cese de la huelga general. Se le hizo ver que aquel movimiento era un acto de fidelidad a la República y de vigilancia para impedir cualquier intentona fascista. El general Monje redactó una nota de adhesión al Gobierno, que fue repetida muchas veces por Unión Radio Valencia. Pero el 20 de julio terminó bajo la impresión de que la guarnición militar estaba discutiendo si se sumaba o no a los militares sublevados.
Intentos para frenar la acción de los trabajadores
En el Gobierno Civil se cobijaban algunos sectores que querían dirigir y actuaban de verdaderos bomberos. En una dependencia se reunía el Comité Ejecutivo, el verdadero poder de la provincia de Valencia. Pero en otras dependencias, junto con el gobernador que carecía de toda autoridad, se reunían los diputados del Frente Popular, el alcalde y otras personalidades políticas. De cuando en cuando se permitían hacer sugerencias al Comité, para que contuviera los «desmanes de las masas». Y es que el martes, día 21, Valencia se encendía como una llama: ardían las iglesias.
El Comité había tomado muchos acuerdos, encaminados a poner en juego la fuerza de la acción de las masas. En la mañana del lunes el Comité con el fin de proveer de armas a los hombres de confianza de los partidos antifascistas, requirió al Gobernador para decirle: «señor Gobernador, el Comité tiene conocimiento de que en la Comandancia de la Guardia Civil hay gran cantidad de armas procedentes de una orden del Gobierno de hace días para desarmar a los facciosos. Comunique usted inmediatamente al comandante jefe de dicho cuerpo que le haga entrega al momento de las mismas».
El gobernador, respondió: «Sí, sí; perfectamente. Ahora mismo voy a dar la orden». Pasó la mañana, la tarde, la noche del lunes y la mañana del martes. La orden estaba en el camino. Las armas no llegaban.
El Gobierno pretende disolver el Comité Ejecutivo
La Junta Delegada del Gobierno, compuesta por Martínez Barrio, Ruiz Funes, Echevarría y Carlos Esplá, había llegado a Valencia. El gobernador nos llamó para celebrar una reunión entre dicha delegación y el Comité Ejecutivo. Esplá dejó entrever la idea de que convenía levantar la huelga general. La CNT no desestimó la idea, pero hizo patente que el movimiento no podía levantarse hasta que el pueblo no viera despejada la situación. El delegado del Gobierno, aseguraba que la guarnición permanecía leal a la República. Pero lo cierto es que los cuarteles permanecían cerrados y dentro de ellos seguía el forcejeo entre los que querían y los que no querían echarse a la calle… Las gestiones de Esplá dieron resultado. La noche del jueves el Comité Ejecutivo se reunía a iniciativa de éste. Esplá expuso que había decidido proceder a la disolución del Comité Ejecutivo. Ello, agregó, no significaba que se desestimara la colaboración de todos los sectores que lo componían. En lo sucesivo, cada partido y organización designaría un representante para estar en contacto con él, que desde ese momento se hacía cargo del Gobierno Civil. La CNT, hizo saber que aquel acuerdo debía entenderse como una medida sospechosa y peligrosa contra la cual era obligado ponerse en guardia.
Las relaciones entre la CNT y la UGT
Valencia era teatro de un verdadero desbordamiento de la masa popular. Seguía en pie la huelga general revolucionaria. Comenzaban a sentirse los efectos de la huelga y del formidable desorden producido por las manifestaciones espontáneas. El problema del abastecimiento se presentaba amenazante. La primera reunión conjunta del Comité de Huelga CNT-UGT se celebró a mitad de semana y en esta primera reunión se trató a fondo el problema que se había creado en Valencia. El plan de normalización de la vida de la ciudad y del trabajo había de realizarse inmediatamente, levantando la huelga de aquellos gremios pertenecientes al ramo de la alimentación. El Comité de Huelga vio desde aquel momento el carácter del movimiento producido por los militares y fijó su criterio para hacer frente al mismo con esta fórmula: desarrollar hasta el máximo las potencias económicas de la producción y unificar de una manera positiva todas las actividades económicas a fin de contar con las reservas necesarias para el abastecimiento de los frentes y de la población civil.
Incapacidad para el abastecimiento de los organismos oficiales
Mientras en Valencia aumentaba la preocupación sobre la sospechosa actitud de los militares, en los pueblos de la región, las bases obreras y los elementos antifascistas se habían puesto en pie, montando espontáneamente la guardia y vigilancia de caminos y carreteras. La presencia en el puerto del primer buque de guerra leal, fue otro de los factores que contribuyeron a contener en los cuarteles la sublevación. Los obreros del Grao, que desde los primeros instantes se adueñaron de todo, estableciendo un control absoluto sobre el tráfico del muelle, confraternizaron con los marinos, poniéndose en contacto permanente con ellos. De Barcelona comenzaron a llegar los primeros fusiles y pistolas. Muy pocos, desde luego. Pero a la vista de aquellas armas, el entusiasmo popular se crecía.
Sigue la incertidumbre sobre la actitud de la guarnición
Terminaba la semana y los cuarteles permanecían cerrados. La sublevación, sorda, constituía ya un verdadero peligro. El comité ejecutivo visitó a los comandantes de los dos buques de guerra, anclados en el puerto de Valencia, para informarles de la situación y de su propósito de terminar con la actitud de rebeldía de la guarnición de Valencia. Y al mismo tiempo que esta determinación iba a ser comunicada a Martínez Barrios, planteándole el dilema de que, o se terminaba en un plazo breve con aquella situación, o el Comité Ejecutivo asumía bajo su responsabilidad el mando y requería a la Junta Delegada que se ausentase de Valencia.
Una expedición desgraciada y los acontecimientos de la región
Las relaciones del Comité Ejecutivo con la Junta Delegada del Gobierno se mantenían con mucha tirantez. Significaban dos autoridades y dos orientaciones contradictorias. Algún día cuando la historia pueda dar su fallo se comprobará de parte de quién estaba la razón. En los primeros días de la segunda semana se fue aclarando la situación. La guarnición de Játiva, de Alcoy y de Alicante se puso de nuestro lado. El sargento Fabra, del regimiento de Ingenieros de Paterna, al frente de los soldados de dicho regimiento, se enfrentó contra los mandos, reduciéndolos y poniéndose todo el regimiento aliado del Gobierno. Pero la guarnición de Valencia seguía encerrada en sus cuarteles.
Al fin, la única salida: el asalto a los cuarteles
El Comité de Huelga había acordado el reintegro al trabajo, a excepción de los servicios de taxis y de tranvías. Pero los trabajadores se negaron a entrar al trabajo mientras no se despejara la situación de los cuarteles. La historia de la conducta de los militares de la guarnición se escribirá en su día. Pero no dejaremos de decir hoy que al frente de todos los militares leales nosotros colocamos las figuras del capitán Uribarri, Sierra, Miralles, el sargento Fabra, el coronel Arín y al organizador del frente de Teruel: José Benedicto.
Después de asaltar los cuarteles, a los quince días de producirse el movimiento, Valencia y la región pudo respirar.
Quedaban atrás quince días de confusionismo, de vacilaciones, de desesperación, de forcejeos por ir o no al asalto de los cuarteles, Quince días de luchas donde se daban la mano el heroísmo y la temeridad, con la claudicación y el contubernio.
Publicado en Polémica, n.º 22-25, julio 1986